Hay un componente místico-religioso, cuasi medieval, en la ideología neofascista de los golpistas pro-Bolsonaro. Hablan de Guerra Santa y están dispuestos a todo. A lo que se vio en la invasión de los tres poderes del Estado y a mucho más. Abstraídos en su cosmovisión del mundo, fanatizados, desparraman sin filtro su odio por las redes sociales azuzados por pastores que los llaman a tomar las armas. La reconocida teóloga alemana Dorothee Sölle (1929-2003) que trabajó en Brasil, encuadraría su caso en lo que llamó el cristofascismo, una definición que acuñó en la década del ’70. Un video de Tik Tok de los miles que circulan desde el domingo, es una síntesis notable de esa conducta. Un hombre barbudo y desencajado, que aparenta unos 40 años, ataviado con la bandera verdeamarela grita a la cámara durante casi un minuto: “Vengan todos los ángeles, Gabrieles y Rafaeles, únanse al pueblo del señor, al pueblo que no niega la patria y la fe, y ¡vamos a la guerra!”
El pastor Mauro Sérgio Aiello de la iglesia presbiteriana de Brasil en Mogi das Cruzes, San Pablo, salió en defensa de los golpistas que como una marabunta destruyeron el Congreso, el Planalto y la sede del Superior Tribunal Federal (STF). Dijo en su sermón transmitido por un canal de youtube el mismo día del ataque, que el país está al borde de una “guerra civil”. Citado por el periodista Silvio Costa en el sitio Congreso en foco, el predicador del odio les pidió a los brasileños que deben tomar las armas para defenderse.
«Debemos actuar»
“La cuerda se ha estirado y se está rompiendo, pueblo mío. Y veo un país al borde de la guerra civil y la convulsión” (…). No vamos a tomar las armas para atacar, pero si es necesario tomar las armas para defendernos, lo haremos. El brasileño real no huye de la pelea. Somos una nación pacífica y ordenada, pero hay un momento en que debemos actuar”, afirmó Aiello como si fuera Torquemada en plena Inquisición. No es el único religioso levantisco. Hubo quienes apoyaron la caravana de buses hacia Brasilia y otros que la organizaron.
Josué Valandro, pastor de la iglesia bautista Attitude, en Barra da Tijuca – que frecuentaba la exprimera dama Michelle Bolsonaro – acompañó con simpatía desde las redes los hechos criminales en la capital y en Twitter pidió que era “hora de ayunar por la patria”. Silas Malafaia, acaso el clérigo más influyente de Brasil y aliado incondicional del expresidente, justificó el intento de golpe de Estado porque “la paciencia de la gente tiene límites”. Es el mismo que en noviembre pasado y con sentido premonitorio dijo que si “Lula comete un error, el pueblo va a derrocarlo”. Controla más de 130 templos, es multimillonario y su congregación tiene el pomposo nombre de iglesia Asamblea de Dios Victoria en Cristo.
“Podemos decir que el discurso religioso actuó como motivador ideológico de los hechos de violencia vistos en Brasilia, porque moviliza pautas morales, el conservadurismo de la sociedad brasileña”, explicó Nilza Valéria, coordinadora del Frente de Evangélicos por el Estado de Derecho para un detallado informe del sitio Agencia Pública titulado: “La cara religiosa del terrorismo: pastores organizaron caravanas y llamaron a atentados en BSB”. La sigla corresponde a Brasilia.
Las más osadas acompañaron a sus feligreses poseídos por el odio en los ataques a las principales instalaciones del gobierno. “La pastora Nubia Modista, de la Iglesia Evangélica Apostólica de Itaguaí, en Río de Janeiro, estaba entre el grupo de invasores que fueron a Brasilia y publicaron videos dentro de edificios públicos. ‘Estoy aquí dentro del congreso. La policía los quería dejar entrar… mira esto’”, dice desde el lugar, citada por las periodistas Mariama Correia y Nathalia Fonseca.
Consagrados por las iglesias electrónicas a cumplir su papel de guardianes del fundamentalismo evangélico. Empoderados políticamente por el fugitivo expresidente, hoy residente en EE.UU. Financiados por el agronegocio y armados como una milicia de zombies, los bolsonaristas más ultras tienen capacidad de daño, como ya se comprobó en Brasilia.
Sabotajes
Los sabotajes contra tres torres de alta tensión en los estados de Rondonia, Paraná y San Pablo -el primero de ellos producido el domingo a la noche – sugieren que el gobierno federal no puede omitir la hipótesis de futuros atentados al sistema eléctrico nacional. También contra el suministro de combustibles que colocó en alerta máximo a la estatal Petrobras.
No debe subestimarse a la ultraderecha brasileña. Ya sucedió cuando se incubaba el huevo de la serpiente antes de que Bolsonaro llegara al poder en octubre de 2018. Las consecuencias están a la vista. La política “genocida” durante la pandemia, como la definió el propio Lula, es una de ellas.
Otro aspecto de la idiosincrasia de estos grupos es que prefabrican una realidad paralela todo el tiempo. Creen en una versión de la historia construida a la medida de su fe, en un mundo de fieles e infieles. Son racistas, homofóbicos, macartistas. “La iglesia es una agencia de salud emocional, tan importante como los hospitales” decía Malafaia en 2020 cuando la población brasileña moría de a racimos mientras Bolsonaro pretendía frenar el avance del Covid 19 con cloroquina.
“Lucha ahora y sé parte de la historia”, fue la consigna con que convocaron a marchar los mercaderes de la fe que los guiaron hacia la tierra prometida del Planalto. Como si se sumergieran en la novena cruzada (la octava y última fue en el siglo XIII) encontraron en Brasilia su Santo Sepulcro. Aunque esta vez no fueron guiados por la iglesia católica y sí por un puñado de pastores que vomitan su credo golpista, aferrándose a sus biblias.
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