Como en un déjà vu centenario de la Primera Guerra Mundial, el conflicto en Ucrania está estancado en una guerra de trincheras, ya no sobrevoladas por monoplazas a hélice, sino aviones robot sin piloto arrojados a lo kamikaze. Es una guerra de desgaste que Rusia aplica con una estrategia de escalada, al atacar ciudades ya con blancos abiertamente civiles, generando terror con la doble novedad de que lo hace con misiles hipersónicos Kinzhal casi indetectables, que esquivan las defensas antiaéreas con una finta a una velocidad 10 veces la del sonido.
Ucrania prepara una contraofensiva primaveral con la nueva flota de tanques alemanes, ingleses, españoles y de EE.UU. que van llegando. Hasta ahora, la guerra de desgaste rusa no ha hecho tanta mella. La semana pasada, la ciudad de Zaporiyia restableció su suministro eléctrico después de 6 meses a oscuras. ¿Cuánto tardará Rusia en volver a cortarlo? ¿Y cuánto la población está dispuesta a resistir en el pantano de barro y sangre que se han convertido las planicies del país mientras se descongela la nieve?
Rusia viene concentrando sus tropas en la zona central de la línea de 800 kilómetros de frente de batalla. Hace un año invadió desde el norte por Bielorrusia, el centro por el Donbás y el sur desde Crimea. Hoy ya no están las tropas en esos flancos: se concentran en la zona central del mapa en una maniobra de pinzas con eje en la ciudad de Bajmut.
Romper la moral de la tropa
Lo que busca el general ruso Valeri Guerasimov es forzar lo que en términos bélicos llaman “un momento decisivo”, un triunfo épico que desmoralice al adversario como la ofensiva de Stalingrado por el Ejército Rojo en 1943 o la del Tet en Vietnam, hitos en las derrotas de Alemania y EE.UU.
Los mercenarios rusos del Grupo Wagner ejecutan la batalla de Bajmut y habrían tenido allí 30.000 muertos y heridos en siete meses. La ciudad tiene un valor simbólico para la moral de las tropas. Por eso la semana pasada el presidente ucraniano Volodomir Zelenski le hizo una visita y este lunes fue a Zaporiyia.
La reputación del dueño de Wagner –Yevgeny Prigozhin– se juega en Bajmut: sus tropas hacen 200 ataques diarios. Los rusos también atacan con aviones y helicópteros, pero el factor central es la artillería. Si tomaran la ciudad, avanzarían hacia Kramatorsk a la que ya atacan con misiles. El general ucraniano Valeri Zaluzhnyi declaró este sábado que «gracias a los enormes esfuerzos de las fuerzas de defensa, estamos logrando estabilizar la situación en Bajmut.» El jefe de Wagner dijo que sus fuerzas controlan el 70 por ciento de la ciudad.
El objetivo ruso es perforar el estancamiento por el centro del frente de batalla, avanzar en Ucrania más allá del Donbás y forzar una negociación, obteniendo antes algo para ceder: el terreno ganado a partir de Bajmut.
Zelenski a todo o nada
En las últimas semanas, Zelenski ha “quemado las naves”: habla de victoria total y recuperación de todo el Donbás y Crimea, una península estratégica que Rusia no llevaría a una mesa de negociación: a lo sumo cedería parte del Donbás (hoy lo domina casi completo). Todo indica que la guerra duraría, al menos, un año más. Y se viene la ofensiva ucraniana con tanques occidentales y pontones desmontables. ¿Aspiran cruzar el río Dniéper y retomar Donbás? En una entrevista este sábado, Zelenski dijo sobre la contraofensiva: “No la podemos empezar aún; sin tanques y artillería, no se puede enviar a ningún valiente soldado al frente”.
El regreso de las trincheras
Según el experto en historia de Rusia y Ucrania, Jorge Wozniak, este “regreso táctico” a la Primera Guerra Mundial denota dos países con acceso a tecnologías similares: artillería de precisión y drones. Los tanques son un blanco sencillo, como se vio en la entrada de los rusos a Kiev: “hay videos con tanques yendo en zigzag y recibiendo un cohetazo. Esto hace que los rusos resuelvan el avance de otra manera, tratando de atraer a los ucranianos hacia los lugares donde los desgastan con su artillería abrumadora en una asimetría de 10 a 1; se dice que los rusos no toman ciertas localidades porque no pueden, pero lo que hacen es dejarle a los ucranianos una sola vía –tanto de suministros como de escape– para ir generando bajas. Si los rusos tomaran esas ciudades, tendrían que concentrar allí su tropa, exponiéndose. Como apuntan al desgaste y la hemorragia permanente, buscan posiciones favorables para arrasarlos desde la distancia, lo cual es el fuerte de los rusos desde la Segunda Guerra Mundial.” La estrategia es no darle descanso a los ucranianos, día y noche. Por eso la guerra se estanca en una inesperada lucha de trincheras a destiempo de la posmodernidad.
Los ucranianos tienen la ventaja de conocer el terreno y tener combatientes de civil: un ruso que entra a una ciudad no sabe quién puede sacar un arma y matarlo. Este estrés los desgasta psicológicamente.
Se estima que sumando militares y civiles, habría cerca de 300.000 muertos en esta guerra, cifra que se duplicaría en un año más: esta semana la U.E. aprobó ayuda económica a Ucrania para un millón de municiones y misiles. Y Eslovaquia prometió 13 aviones caza MIG-29. Hoy no existe condición alguna para abrir la negociación: nadie tiene algo para ceder.
El factor económico
Es una incógnita cuánto más EE.UU. y Europa financiarán una guerra tan cara. El PBI ucraniano cayó 30 por ciento. Un informe de este lunes del instituto ucraniano KSE de cooperación, indicó que los daños por la guerra alcanzan 133.000 millones de euros. Solamente en el parque de viviendas, hay a 150.000 dañadas.
Según el gobierno ruso, su PBI cayó 1,9 por ciento. El daño a la economía ucraniana es fatal, mientras Rusia reestructura su matriz comercial para eludir sanciones europeas, potenciando el comercio con exrepúblicas soviéticas. China es el segundo beneficiado con esta guerra después de EE.UU. y Xi Jinping visitó a Putin esta semana en Moscú por tres días. Tenían mucho que hablar: Rusia no volverá a comerciar pronto con Europa y China triplicó las compras de gas a Moscú, a un precio inferior al que pagaba.
Ucrania tiene 14 millones de desplazados y una población agotada de quedarse sin gas, luz, agua o internet y enviando familiares a combatir (el invadido suele luchar hasta morir). El colapso ruso que buscaba Occidente con sanciones, no sucedió.
Europa está sufriendo los efectos de la guerra con falta de energía y alimentos, e inflación, agudizando la conflictividad social. Podrían generarse fracturas en la Unión Europea: Hungría no votó las sanciones porque depende del gas ruso y lo sigue comprando, aunque en teoría no debería por ser parte de la U.E.
La carta china para la paz
La semana pasada dos enemigos históricos –Irán y Arabia Saudita– reestablecieron relaciones tras siete años de guerra indirecta en Yemen: fue a través de la mediación de China, país que comienza a pisar fuerte como árbitro en las relaciones internacionales, a un nivel inédito que era exclusivo de EE.UU. A China le encantaría lograr un éxito similar en el conflicto Rusia-Ucrania y presentó 12 puntos para un plan de paz. Los chinos no han tomado partido claro en esta guerra. Aun cuando se haya solidificado la relación con Moscú, Beijing no pierde el eje: su mayor socio comercial es EE.UU. –el segundo es la U.E.– y lo último que buscaría es un conflicto directo, más allá de los vaivenes de la relación. Menos aún irían a una guerra cuando la base de su status quo interno es el crecimiento económico: la guerra es pura destrucción
¿Fracasó el plan de Putin?
Cuando Rusia envió su columna de 65 kilómetros de tanques a Kiev, parecía que la guerra sería un paseo. Pero se tuvo que replegar. Aunque esto es debatible. Los generales rusos saben que esa clase de blindados no sirve para entrar a una ciudad: son un elefante en un bazar. Una bomba molotov arrojada desde una ventana genera tanto calor dentro del tanque, que sus ocupantes deben salir y son rematados por un francotirador. Ya la Segunda Guerra Mundial demostró la incapacidad urbana de los tanques. Lo mismo sufrió EE.UU. en Somalia e Irak: una ciudad se toma con infantería. Aquella columna de tanques podría haber sido una maniobra de distracción. Así y todo, Putin perdió mucho terreno conquistado con la contraofensiva de Ucrania: no previó un apoyo tan fuerte de Occidente ni la resistencia local.
El grupo Wagner es uno de esos ejércitos de mercenarios –EE.UU. tiene el suyo– en un mundo con pocos conflictos a gran escala: los países achican sus fuerzas inactivas y las tecnifican para tener menos soldados. Y ante una necesidad, contratan combatientes part-time: la terciarización de la guerra. Son soldados que formalmente no existen y ofrecen un paraguas a los Estados ante las atrocidades que se cometan: los generales que los contratan se lavan la sangre de las manos con más facilidad.
La carta atómica
Este lunes, el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, advirtió: «Olvidando las lecciones de la historia, algunos en Occidente ya hablan de una revancha que conducirá a la victoria militar sobre Rusia. Al respecto, sólo podemos decir una cosa (…). Rusia posee armamento moderno único capaz de destruir a cualquier adversario, incluido EE.UU. en caso de que su existencia se vea amenazada».
Ucrania tenía el mayor arsenal nuclear de la URSS después de Rusia y decidió desnuclearizarse por la tragedia de Chernóbil y por presión ruso-norteamericana. Hoy los rusos tienen 5.934 bombas atómicas. Una opción que el ejército ruso evalúa es lanzar una bomba nuclear “táctica” con un radio de acción limitado: 8 Km en total y 3 Km de daño profundo. Podría ser en pleno campo, a modo de advertencia. Mientras más se prolongue el conflicto, mayor la posibilidad de una carta atómica.
Putin afirmó el sábado que Moscú prevé desplegar armas nucleares «tácticas» en Bielorrusia: «Aquí no hay nada inusual: EE.UU. lo hace desde hace décadas. Ellos tienen sus armas nucleares tácticas desplegadas en el territorio de sus aliados; nosotros hemos decidido hacer lo mismo». Se trata de obuses de uranio empobrecido, a lo que Putin agregó –luego de que Reino Unido mencionara la posibilidad de darle esas armas a Ucrania- «Rusia, por supuesto, tiene con qué responder. Disponemos, sin exagerar, de decenas de miles de ese tipo de obuses. Por el momento no los hemos usado».
El futuro orden mundial
En el plano militar, EE.UU. sigue concentrándose en el Indo-pacífico –allí está su verdadera competencia– y hace 2 semanas aumentó su presencia en Filipinas: pasó de 5 a 9 bases militares. También pondrá una planta de radares en Islas Marshall y ampliará su base en Okinawa. El riesgo sería caer en la Trampa de Tucídides, historiador ateniense del siglo V. a.C. que dijo: “fue el ascenso de Atenas y el temor que esto infundió en Esparta, lo que hizo inevitable la guerra”. Casi siempre en la historia, cuando un hegemón estuvo en jaque, hubo guerra de proporciones. El mundo se está rearmando, como si fuésemos hacia una nueva gran guerra. Reino Unido anunció que pasará de 160 a 300 bombas atómicas; Japón duplicó su presupuesto militar y Alemania se rearma, mientras China aumentará su arsenal nuclear a 1500 bombas.
Rusia ya tiene claro que no podrá ocupar toda Ucrania e instalar un presidente aliado. Pero si consigue sus objetivos de máxima, habrá un freno al incontenible avance de la OTAN desde 1991: Putin aspira a un nuevo pacto de Yalta. Y quedaría claro que los países chicos no tienen más alternativa que alinearse al hegemón más cercano, en Europa central y el Indo-pacífico. Taiwán observa esta guerra de reojo: podría demostrar hasta qué punto, EE.UU. está dispuesto a ir contra una potencia nuclear como China. una invasión a esa isla podría desencadenar una gran conflagración (o no, si EE.UU. actúa como en Ucrania por temor a la Doctrina de Destrucción Mutua Asegurada). El orden mundial post-Guerra Fría se está reconfigurando y el desenlace en Ucrania definirá la «tectónica de placas» de la geopolítica futura.