Desde Río de Janeiro
El lunes 9 de enero, luego del intento de golpe del día anterior, con invasión y devastación del Congreso, del Supremo Tribunal Federal y del palacio presidencial, Lula da Silva tuvo una reunión de emergencia con los tres comandantes de las Fuerzas Armadas nombrados por él días antes.
Lula fue especialmente duro al criticar a integrantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, tanto retirados como activos, que participaron de la rebelión o se mostraron omisos frente a su preparación.
El presidente fue claro cuando afirmó que habría una intensa acción de la Justicia frente a los invasores de los edificios de los tres poderes, al igual que contra los organizadores y financiadores del intento de golpe.
El pasado viernes 20 de enero hubo una segunda reunión del presidente con los tres comandantes de las Fuerzas Armadas. Entre un encuentro y otro, la Justicia mostró eficacia y una rapidez fuera de lo habitual. Más de 1.800 personas fueron detenidas y 400 luego liberadas con serias restricciones, como el uso de tobillera electrónica y prohibición de participar en redes sociales.
Además se abrió juicio contra más de 800 de los asaltantes y la Policía Federal sigue ejerciendo acciones de búsqueda y aprehensión de sospechosos, tanto de participar como de financiar los actos de violencia.
El encuentro del pasado viernes tuvo, entre otras intenciones, la de mostrar que, pese a las críticas del presidente, hay fluidez entre Lula y las Fuerzas Armadas: dura tarea.
Luego de la segunda reunión, el ministro de Defensa, José Mucio Monteiro, habló a la prensa. Dijo y reiteró que en el encuentro, el único tema tratado fue cómo intensificar “inversiones en la industria de Defensa”. Contó que, además de los tres jefes militares, participaron cinco empresarios, entre ellos Josué Alencar, presidente de la poderosísima Fiesp (Federación de las Industrias de San Pablo) quienes llevaron propuestas sobre cómo el gobierno puede invertir en la industria de Defensa para generar empleos, nuevas tecnologías, exportaciones y ahorrar divisas.
Consultado sobre el castigo a militares que participaron del intento golpista, Mucio fue escueto: dijo que el tema no fue tratado porque está en manos de la Justicia y no del gobierno. Reiteró que el objetivo del encuentro fue disminuir “espacios de tensión”.
Aclaró además que los militares saben que cuando haya comprobación de participación en el intento de golpe por uniformados –tanto activos como retirados– habrá castigo de parte de la Justicia. Lo que no dijo, es que ya hay pruebas de que al menos ocho militares activos que ocuparon puestos muy cercanos a Bolsonaro participaron del campamento levantado por ultraderechistas en la puerta del cuartel-general del Ejército en Brasilia. De ese campamento salieron centenares de invasores de las sedes de los tres poderes.
Otros militares instalados en el Gabinete de Seguridad Institucional –responsable de proteger el patrimonio público y la seguridad del presidente– participaron de grupos de WhatsApp compartiendo mensajes anti-democráticos y amenazas a Lula.
Mucio tampoco hizo referencia a algo que es de amplio conocimiento: la profunda infiltración de los cuarteles, en especial del Ejército, por seguidores del ultraderechista Bolsonaro, quien permanece refugiado en Orlando, Florida.
Desde que asumió la presidencia el primer día de 2023 Lula ya expurgó a más de siete mil militares, tanto activos como retirados, que su antecesor había esparcido por el gobierno. Fueron reemplazados por funcionarios civiles de la carrera pública. Pero aun sobran otros 23.000 que perderán todos los beneficios financieros que les dio Bolsonaro.
Otros perjudicados son altos oficiales retirados que ganaron océanos de dinero trabajando como intermediarios entre empresas y militares en puestos clave del gobierno anterior. Ahora tendrán que negociar –o intentarlo– con civiles, funcionarios públicos de carrera y no militares infiltrados.
La aparente calma entre Lula y las Fuerzas Armadas no camina sobre terreno sólido: flota en el aire. Y en ese aire se ven ventarrones amenazantes. Lula da, desde hace añares, sobradas muestras de que sabe negociar precisamente para evitar ventarrones. Ojalá no haya perdido la mano.