La enfermera Marika Borettaz nació en los Alpes pero ahora presta servicio a bordo de los barcos militares en la lejana isla de Lampedusa, en medio de una oleada migratoria que «a buen seguro aumentará» por la crisis en Sudán, según vaticina en una entrevista con EFE en el puerto del lugar.
«Sí, seguro habrá un aumento porque ya antes de esta crisis Sudán era uno de los países de los que ya recibíamos más inmigrantes, por lo que seguramente habrá un aumento de esta nacionalidad en las llegadas a nuestras cosas», sostiene Borettaz, preguntada sobre si en los operativos de rescate se teme precisamente esa posibilidad.
La joven enfermera forma parte del equipo médico con el que el Cuerpo de la Orden de Malta (CISOM), especializado en tareas de protección civil, ayuda a la Guardia Costera y la Guardia de Finanza italianas en el rescate de inmigrantes en el Mediterráneo central.
Aunque es natural del alpino Valle de Aosta, en la punta norte de Italia, tal y como se percibe en su acento, decidió -animada por un ex- cambiar de aires y viajar al extremo sur para sumarse al CISOM y ayudar a los militares italianos en la asistencia a naufragios.
Desde que empezara su voluntariado, Borettaz vio numerosas tragedias, como el naufragio a finales de febrero frente a la costa de la calabresa Cutro, que dejó 94 muertos, muchos menores, pero reconoce que estos días en Lampedusa están siendo «muy intensos».
Tanto que, comenta esbozando una sonrisa, han tenido que «saltarse el día de descanso» pues este martes en el resto de Italia es fiesta, el 25 de Abril, Día de la Liberación. Sin embargo en Lampedusa no se para.
En estos días la isla ha asistido a la llegada de cientos de inmigrantes en barcazas desde las costas de Túnez, animados por el tiempo veraniego y las buenas condiciones del mar, (hasta hace apenas dos días el ritmo era mínimo porque el mar estaba picado).
Esto ha hecho que en el centro de acogida de Lampedusa, con capacidad para 400 inmigrantes, se hacinen más de 2.200 a la espera de ser trasladados a otras instalaciones de Sicilia. Para hacerse a una idea, basta pensar que en la isla viven menos de 6.000 almas.
La labor de la voluntaria consiste en «dar un primer vistazo» o diagnóstico a los inmigrantes una vez son transbordados desde la patera a los buques militares italianos y, en caso de que presenten algún problema serio, intervenir inmediatamente.
Son momentos de «muchísima adrenalina» en los que, asegura, la sensación siempre es la misma: tensión. Porque «hace falta nada para que una operación de socorro perfecta se pueda llegar a una tragedia», avisa.
Tras el rescate, el ritmo a bordo es frenético y no hay mucho tiempo ni espacio para hablar, pero la joven enfermera asegura que a menudo tratan de preguntar a los inmigrantes por sus historias.
«Con frecuencia nos cuentan sus viajes que a veces empieza hace mucho tiempo, algunos tres años antes. Otros incluso lo emprenden de pequeños, con 12 o 14 años, y lo hacen solos», lamenta.
En lo que va de año han desembarcado en las costas italianas un total de 36.610, cuatro veces más que en el mismo periodo de 2022 (9.089), según datos oficiales.