Dan risa los eufemismos de la derecha: Bolsonaro es su amigo incómodo, el que tuvo con Macri su primer encuentro inter/presidencial, aquel que se opone a un Lula querido y visitado por los Kirchner y por el presidente Fernández. Bolsonaro y Juntos por el Cambio tienen los mismos enemigos, y por ello han sido amigos. La barbarie del ataque a los poderes en Brasilia es inmanejable: entonces la comparan con la Corte local (como grotescamente hizo Macri), dicen que “es el populismo” -como graciosamente endilgó Cornejo-, opinan que “son movilizaciones civiles, como las que la izquierda hizo en Chile o Colombia”, como aventuró sin ton ni son un opinador de La Nación+. Y así siguiendo. Un (des)concierto desafinado y vacilante, que se sabe caminando en campo minado. Todos saben bien a qué se parece la barbarie desplegada en Brasilia: a la de los partidarios de Trump en el Capitolio. Trump, amigo personal y político de Macri: y por cuya mansión parece que ha pasado Bolsonaro durante su estada en Florida.
Pero no es tampoco feliz la versión en la tv más cercana al progresismo. Allí, se insiste en hablar de “golpe”. Y si bien eso sirve al efecto de mostrar que estamos ante un organizado intento de desestabilización, no destaca la novedad del asunto. Son civiles movilizados, es violencia ejercida masivamente: algo que los golpismos latinoamericanos del siglo XX no tuvieron. Y es acción antidemocrática de grupos que llegaron al gobierno por vía democrática: ambigüedad en relación con el sistema y con la ley que habrá que empezar a esclarecer, para enfrentarla con más eficacia.
Peor resulta cuando los sucesos se usan para mostrar qué gran respuesta dio Lula, “no como hoy en Argentina”. Vayamos caso por caso en el análisis: son condiciones muy diferentes. Pero hacer un comentario apresurado y superficial que muestre un Lula superpoderoso contra supuestas o reales debilidades locales, es dejar de advertir que Lula y su gobierno no vieron venir lo que ocurrió, que ni su militancia ni sus propios servicios de inteligencia dieron cuenta de lo que vendría: de modo que no estamos ante ningún gran ejemplo de estrategia de parte del nuevo gobierno brasileño, lo que no quita que se lo apoye de manera absoluta y decidida.
Frente a una derecha que se pone en los bordes del sistema para aprovechar la ley cuando le conviene y violarla cuando le resulta oportuno -con apelación a la violencia-, habrá que diseñar nuevos repertorios de los populismos, los progresismos y las izquierdas. Los gobiernos progresistas actuales no están ante la realidad de 2005 ó 2010: la economía es más hostil, la vigilancia de EE.UU. es mayor en su embate contra China, y hay una nueva derecha que es violenta y desestabilizadora. Retomar la movilización es una de las acciones posibles contra ella: pero siendo necesario, ello no es suficiente. Habrá que estudiar e inventar nuevos repertorios: eso que Chávez, Lula, los Kirchner, Correa, Evo, hicieron tan bien en la primera ola popular de gobiernos del siglo XXI, y que ahora aparece tan lejano.
Roberto Follari es doctor en Filosofía, profesor de posgrado en la Universidad Nacional de Cuyo.