Desde Santiago de Chile
La posibilidad real de que Pablo Neruda haya sido envenenado a sólo doce días del Golpe de Estado de Pinochet en 1973 ha sido tomada en Chile con calma y serenidad, a diferencia del resto del mundo donde sería una prueba más de lo que fue capaz la Dictadura que gobernó al país por 17 años.
Incluso el Programa de Derechos Humanos del gobierno chileno emitió un comunicado, frente a la información dada a conocer en medios internacionales —antes que los chilenos— que “existen versiones contrapuestas (…) que se siguen investigando para intentar llegar a un veredicto judicial definitivo” y que “ningún dato o pieza de evidencia parcial, debe distraer a la opinión pública de la obligación de esperar el veredicto de los Tribunales de Justicia de Chile, que son quienes tienen la potestad de determinar la verdad en este doloroso caso”. Aunque, al mismo tiempo señala “de los hechos acreditados en el expediente, resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros en su muerte”.
No es la primera vez que esta información de alto impacto —estamos hablando de un magnicidio— pasa a la categoría de “casos no resueltos”. Lo mismo sucede con la muerte en circunstancias extremadamente similares, del ex presidente Eduardo Frei en 1982, tras haber pasado de apoyar el Golpe Militar en un principio para transformarse en el rostro más visible de la oposición y que para el resto del mundo fue “asesinato” pero que en el país trasandino es una caso que necesita mayor investigación.
Que la Dictadura chilena haya sido capaz de asesinar al general Carlos Prats en Buenos Aires en 1974 y al ministro de Salvador Allende, Orlando Letelier en 1976 en Washington DC (y de paso, convertirse en el primer atentado terrorista en EE.UU. hace mucho sentido, sobre todo visto desde fuera.
Una toxina deconocida
A nivel político y cultural el tema se maneja con cierta discreción, esperando que la justicia decida y sin dar mayores opiniones al respecto. Casi como si fuera algo que incomode en la construcción del “relato” con que se busca conmemorar los 50 años del bombardeo a la Moneda y un régimen militar de 16 años, con más de 3 mil muertos y casi un millón de exiliados. Es muy posible que la derrota en el plebiscito que buscaba una nueva constitución que reemplazara a la de la Dictadura (aún vigente en Chile), el bajo apoyo ciudadano (al menos en las encuestas) al gobierno de Gabriel Boric y un nuevo proceso constitucional donde las condiciones las pone esta vez la derecha, han influido en la forma en que se busca “explicar” un hecho que polariza y fragmenta a los chilenos. Algo que repercute incluso en el envío a la Feria del Libro de Buenos Aires en abril donde “Santiago” es el invitado de honor y aun no se han definido los invitados ni la forma en que se enfrentará el tema.
De hecho, fue la agencia EFE y El País de España quienes fueron contactados el mes pasado por el sobrino del poeta, Rodolfo Reyes, apremiado por adelantar el análisis que una comisión de expertos internacionales hizo de la bacteria clostridium botulinum descubierta su cuerpo en 2017 y que demostraba que no había fallecido por un “simple” cáncer de próstata como rezaba el parte médico con que la Dictadura había señalado como causa de su sorpresivo fallecimiento.
La aparición de esa toxina reforzaba la tesis de un asesinato político, considerando que Neruda no sólo era un poeta célebre globalmente y reconocido miembro del Partido Comunista, sino que inicialmente era el candidato a la presidencia de la Unidad Popular y que cedió ese rol a Salvador Allende. “Lo puedo decir porque conozco los informes” señaló Reyes a los medios españoles. “Lo digo yo, como abogado y sobrino, con mucha responsabilidad, porque la jueza no lo puede señalar todavía, pues ella tiene que tener toda la información (…) Esto es lo que estábamos esperando, porque el panel de 2017 ya había encontrado Clostridium botulinum. Pero no se sabía si era endógeno o exógeno. O sea, si era interno o externo. Y ahora se comprobó que era endógeno y que fue inyectado o colocado”.
«Nos van a volar a todos, compañero»
“Me pusieron una inyección en el estómago y me estoy quemando por dentro”, le habría dicho Neruda a su secretario y chofer Manuel Araya quien lo llevó de urgencias desde su residencia en Isla Negra —playa situada a unas dos horas de Santiago— hasta la capitalina Clínica Santa María. El entonces joven conductor, impactado por todo esto, fue detenido mientras se trasladaba a comprarle medicamentos y llevado al Estadio Nacional. Un par de años después, su hermano se convirtió en detenido desaparecido, lo sólo fortalece la tesis de que fue una orden mayor el eliminar al autor de “Crepusculario”. “Yo hice esta denuncia desde un principio, pero en Chile no tuve casi nunca cobertura (…) Soy la persona más feliz hasta el momento, porque llegamos a esta parte, Neruda fue asesinado por esta inyección”, señaló al enterarse del avance de la investigación.
Aunque Neruda no se encontraba en un buen momento de salud en 1973, se estaba tratando médicamente, además de continuar con la escritura de sus memorias (“Confieso que he vivido”) y beneficiarse del clima de Isla Negra, una playa tranquila, soleada y a hora y media de Santiago. Por eso fue muy extraño su fallecimiento en la capitalina Clínica Santa María que truncaba su plan de exiliarse en México y posiblemente desde ahí unificar fuerzas para el retorno a la democracia en Chile. Araya incluso dice haber estado con el poeta, informándose de madrugada por la radio de onda corta sobre los movimientos de los militares golpistas, sobre todo gracias a las emisoras argentinas. El chofer intentó animarlo diciendo que era difícil que un pronunciamiento militar prospere, ya que no era algo muy común en la historia nacional. “Este Golpe lo tienen muy preparado, porque Estados Unidos está interviniendo”, le dijo, sin ocultar su amargura.
Aunque la insistencia de Araya, prácticamente único testigo del padecimiento de Neruda, fue ejemplar, al punto de contactarse con medios de comunicación, políticos, organizaciones y la viuda del poeta, demoró décadas en ser tomada en cuenta. La versión “oficial”, aceptada incluso por la Concertación, el conglomerado de partidos decentro y centroizquierda que gobernó al país por 30 años desde el retorno a la democracia en 1990 es que su muerte fue por la enfermedad. O como se decía en miles de hogares chilenos para tratar de justificar el horror y en voz baja: “Neruda murió de pena”. Incluso la propia Fundación que lleva su nombre, encargada de manejar su legado, rechazó en un principio esta investigación con el argumento de las “confiabilidad” de las fuentes biográficas como su esposa, Matilde Urrutia (“Mi vida junto a Pablo”), Jorge Edwards (“Adiós poeta) y Volodia Teitelboim (“Neruda”) que coinciden en el cáncer, el allanamiento de su casa y el infernal viaje en ambulancia con un clima hostil y lleno de controles policiales.
“Lo asesinaron porque era un hombre muy peligroso”, había dicho Araya en entrevista con CNN cuando se exhumaron sus restos ante la molestia de no pocas autoridades e incluso cercanos al poeta. De hecho un día después del Golpe, una patrulla fue directo a su casa a empadronar a quienes trabajan para Neruda —su esposa, una hermanastra, cocinera, mozo, etc— y les dicen que no pueden tener tanta gente en la casa, quedando sólo Matilde y Araya. Ellos vieron con horror como la casa era saqueada en un operativo con 3 camiones de militares que entraron armados y con un buque de guerra apuntando. “Nos van a volar a todos, compañero”, dijo Neruda.
El expediente
En 2011 el Partido Comunista querelló en contra de quienes resulten responsables de la muerte de Neruda, si es que se comprueba la hipótesis del asesinato político. «Al testimonio del compañero Manuel Araya se suma la declaración de varias personas estuvieron con él el día anterior a su muerte, entre ellas el ex embajador de México en Chile Gonzalo Martínez Corvalán, quien dijo que Neruda podía conversar tranquilamente, caminó por la pieza, intercambiaron opiniones políticas, describió qué objetos personales quería llevar en su viaje a México, expresó dudas de irse del país pues dijo que quería compartir la suerte de su pueblo”, señaló el abogado querellante, Eduardo Contreras. También señaló la incongruencia de las versiones en torno a su fallecimiento. “Versiones de prensa de la época indican que al poeta la tarde del domingo 23 se le inoculó una sustancia calmante y que esto le produjo un shock y un paro cardiaco, lo que desmiente el certificado de defunción que habla de un estado de coma producto del cáncer terminal”.
El primer panel de expertos señaló en 2015 que la hipótesis de asesinato era fundamentada. Tras la exhumación y posterior descubrimiento de la bacteria estafilococo dorado en los restos del poeta en 2017 se organizó un segundo panel que encontró otra sustancia: el Clostridium botulinum y finalmente el actual panel de expertos que emitió un informe que señala que esta toxina fue suministrada.
Pero, aunque a cualquiera le parezca obvio, simplemente uniendo piezas del puzzle, toda esta investigación que ha tenido incluso problemas de presupuestos o que las últimas sesiones hayan sido telemáticas. Por lo tanto debe entrar a revisión por parte de la jueza Paola Plaza, quien señaló con cautela: “Una resolución del tribunal no puede basarse única y exclusivamente en un elemento de prueba (…) El informe ahora entra en fase de estudio y revisión».