Escribo estas líneas motivado por el dolor que ha tantos nos ha causado la prematura desaparición física del intelectual, periodista, guerrero informático y revolucionario cubano Iroel Sánchez Espinosa (foto). Lo que sigue recoge parte de una conversación que sostuve con él durante mi más reciente visita a Cuba, en febrero de este año. Hablamos de muchas cosas, por supuesto, pero no podíamos abstenernos de hacerlo sobre la criminal política de Washington hacia Cuba: el bloqueo económico, comercial, financiero, informático; la persecución o los chantajes sobre los intelectuales, artistas o figuras públicas y celebridades de Cuba; el fenomenal acoso informático desatado desde múltiples granjas de trolls desde Miami; las decenas de noticias falsas lanzadas a diario para sembrar el desaliento, la confusión y la rabia en la población sometida a los duros rigores del bloqueo integral decretado por la Casa Blanca hace más de sesenta años. Hablamos también de la hipocresía y la complicidad de las potencias “democráticas” europeas, esas decadentes ex metrópolis coloniales hoy convertidas en sumisos e indignos protectorados estadounidenses y de tantas otras cosas más. Rememorando hoy a la mañana aquella larga y postrera charla con Iroel sentí que podía mejor procesar el duelo producido por su muerte escribiendo mis recuerdos de aquel diálogo, a modo de modesto homenaje a su memoria.
En aquella conversación concluíamos que el presidente Joe Biden debía remover sin más demoras a Cuba de la lista de los países patrocinadores del terrorismo, canallesca, decisión tomada por su predecesor Donald Trump. Resolución infame si las hay, porque si algo ha caracterizado a Cuba es precisamente el haber sido víctima del terrorismo promovido por la mafia anticastrista y colonialista enquistada en Miami, con sus tenebrosos personajes como Luis Posada Carriles, Orlando Bosch Ávila y sus matones, todos gozando de la protección del FBI y la CIA según lo certifican las más diversas fuentes oficiales de Estados Unidos. Y Cuba sigue siendo hasta el día de hoy víctima de otro tipo de terrorismo, del que poco se habla pero no por ello ser menos criminal: el terrorismo económico que se expresa en el bloqueo integral impuesto desde inicios de los años sesenta por Estados Unidos en contra de la Isla rebelde en abierta violación de los derechos humanos y la Carta de las Naciones Unidas. El terrorismo de las “sanciones económicas unilaterales” a las cuales a veces se las menciona apelando a un eufemismo como la palabra “embargo” para no tener que utilizar el término que corresponde: bloqueo. Terrorismo, decimos, porque según Richard Nephew -uno de los teóricos y proponentes de esta política y asesor durante largos años en el Departamento de Estado- de lo que se trata es de infligir quirúrgicamente el mayor sufrimiento posible al pueblo sancionado de forma tal de provocar una insurrección en contra de los gobiernos que no son del agrado de Washington. Su libro se titula por eso mismo «El Arte de las Sanciones» (Columbia University Press, 2018) y debe subrayarse eso del “arte”: el arte de hacer el mal, de herir, de provocar sufrimientos y en última instancia de matar. Su libro y sus consejos son el equivalente en esta época de golpes blandos y lawfare a lo que fueron los manuales que en los años setentas distribuía la CIA por toda Latinoamérica instruyendo a los militares de la región sobre las técnicas más crueles para torturar a sus detenidos y obtener de ellos la anhelada confesión.
Pese a tantas difamaciones y agresiones prohijadas por el enfermizo afán de Washington de apoderarse de Cuba, ésta tiene el prestigio moral que le falta a Estados Unidos, responsable de tantísimos crímenes y atentados terroristas en los cinco continentes. Es suficiente con mencionar sólo uno: el haber arrojado dos bombas atómicas sobre las indefensas ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki reduciendo instantáneamente a cenizas a unas ciento diez mil personas y, a tenor de lo que sostiene el Bulletin of the Atomic Scientists de los Estados Unidos, condenando a muerte en los años siguientes a otras tantas más, a causa de las secuelas a largo plazo de la mortal radiación nuclear. Por su ejemplaridad moral y por su incomparable solidaridad internacional Cuba fue junto a Noruega garante de las conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno de Colombia, y lo es aún hoy de las negociaciones entre Bogotá y la guerrilla del ELN. Remover a Cuba de esa infame lista, que agrava aún más los sufrimientos que el bloqueo produce en su pueblo, es un acto de estricta justicia y de integridad moral. Por eso concluíamos con Iroel que el presidente Biden, que invoca a Dios a cada rato para que lo ilumine en las difíciles decisiones que a diario tiene que tomar, debería hoy mismo remover a Cuba de su injusta inclusión en tan ignominioso listado.