Desde Asunción
La marea de éxitos electorales en Sudamérica de signo progresista y de izquierda se detuvo en Paraguay. El Partido Colorado ratificó su hegemonía política histórica y Santiago Peña es el nuevo presidente. Además, se interrumpió una serie de derrotas de gobiernos oficialistas que parecía incontenible desde que comenzó la pandemia. Lo más sorpresivo del caso es que la victoria en los comicios fue muy holgada, al punto de que el joven economista y flamante mandatario también será acompañado por una mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso. Con el plus del quórum propio ya que el coloradismo creció mucho en el número de bancas. En cambio, la oposición fragmentada, dejó tres situaciones analizables. La caída a pique de la Concertación, una alianza de fuerzas de distinto signo ideológico que lideró Efraín Alegre, la instalación del candidato Paraguayo Payo Cubas como referente de un tercer sector que representó el disgusto contra la dirigencia tradicional y el acentuado declive del Frente Guasú de Fernando Lugo que se presentó dividido.
El mapa político del Paraguay quedó teñido de un colorado subido. Si a la elección de la fórmula Peña-Alliana por los próximos cinco años, se le suman las mayorías en el Senado (23 de 45 bancas) y Diputados (48 de 80) y las gobernaciones que estuvieron en juego (el oficialismo se quedó con 15 de las 17), la correlación de fuerzas con la oposición será muy desigual. Pero a pesar de esa abrumadora superioridad electoral, no todo le resultará sencillo al joven economista de 44 años que asumirá el Poder Ejecutivo el 15 de agosto. Deberá lidiar con una economía deprimida que depende básicamente de los comodities (soja, granos, carne vacuna) y la venta de energía eléctrica, pero que casi no exporta productos con valor agregado y está sujeta a las variables impredecibles del cambio climático.
Desigualdad y pobreza
La matriz de desigualdad, el alto desempleo, la pobreza ubicada en el 23,5 por ciento, el crimen organizado en alza, el narcotráfico, el lavado de dinero y lo que el analista político local Víctor Raúl Benítez define como “capitalismo de secuaces” – en Argentina sería la Patria Contratista que vive del Estado – son una variada gama de problemas que tiene por delante el gobierno de Peña.
A las dificultades internas, que también incluyen la propia división del Partido Colorado – aunque aún así ganó con amplitud los comicios – hay que sumarle la amenaza que representa para el hombre clave de la política paraguaya, el expresidente Horacio Cartes, el sayo que le colocó Estados Unidos de “significativamente corrupto” (palabras textuales de su embajador en Asunción, Marc Ostfield). Cartes, el mentor del presidente Peña, el mismo que consiguió afiliarlo a su partido en 2016 cuando integraba su gabinete como ministro de Hacienda y venía de 21 años de militancia sin interrupciones en el Partido Liberal Radical Auténtico, es una figura omnipresente en este país.
Presidente de la Asociación Nacional Republicana (ANR) – el nombre formal del coloradismo– y financista de la política por el poderío económico que representa su conglomerado de unas 70 empresas, fue denunciado por el gobierno de EE.UU que apostaba a una alternancia ordenada en la figura de Alegre. El senador colorado más votado en estas elecciones, Silvio Beto Ovelar, le respondió con diplomacia a Ostfield después de la votación: “Creo que la tarea de Horacio Cartes va a ser muy importante independientemente de lo que diga el embajador de Estados Unidos”.
El Partido del gobierno es una formidable herramienta electoral que apenas perdió una vez la presidencia, en 2008, desde la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner en 1989. Si se suman los 34 años transcurridos desde entonces y los 35 que duró el régimen del general colorado desde 1954 hasta su derrocamiento, son casi siete décadas de persistente hegemonía.
Contra esa maquinaria, que según Santiago Brizuela, el titular del Tribunal Electoral del Partido, llegaba a 2.616.424 afiliados en condiciones de votar en las internas a diciembre de 2022, cualquier victoria de la oposición resulta improbable. Sobre todo si se compara esa cifra con el padrón nacional electoral de 4,8 millones de personas. Y más si se presenta dividida, como sucedió con la Concertación, el Frente Guasú y el emergente del discurso antipolítica, Payo Cubas. Un candidato que aquí no se descarta habría sido encumbrado por los medios periodísticos del grupo Cartes, pero también por su perfil alto en hechos de violencia simbólica y también física y sloganes de campaña a favor de la marihuana o de imponer un estado de excepción en el país. Un combo extraño y contradictorio.
La actual diputada y senadora electa de la Concertación, Celeste Amarilla, definió la debacle opositora tomándoselas con el electorado: “Le han votado a este psicópata, retardado, cerebro consumido por las drogas y el alcohol, bruto, ególatra, la verdad no se merecen después que yo los ayude…” declaró por sus redes sociales apuntándole a los votantes que apoyaron a Cubas. Este personaje sacó un 22,92 % de los sufragios y horadó las chances de la alianza que presentó la fórmula Efraín Alegre-Soledad Núñez. Quedó muy claro a quién le restó en el voto-rechazo contra el oficialismo. El coloradismo se bastó solo, porque como lo define el presidente electo, “es un sentimiento”. O al menos eso parece, más allá de su fuerte presencia clientelar y los entre 300 y 400 mil fieles funcionarios que mantiene en el gobierno.
En Paraguay, contó una colega del diario ABC, “primero está el partido, después el club de fútbol y sigue lo demás, incluida la religión”. La frase indica que, a diferencia del vecino Brasil, aquí no tuvo relevancia el papel de las iglesias en la elección, pero que sí influyeron con su prédica evangélica para llevar a la presidencia a Jair Bolsonaro en 2018.
Sí tuvo un peso decisivo en la etapa previa a las elecciones que ganó el exobispo Lugo – cuando le suspendió el estado clerical para que pudiera ser candidato a presidente – eso ya no ocurre con la iglesia paraguaya. Su Conferencia Episcopal sugirió en diciembre del 2022 que el voto debía decidirse “sin presiones de ningún tipo”, ni “debía estar en venta”. El Frente Guasú que mantiene como referente a Lugo quedó muy desdibujado en los comicios del domingo. Pasó de ocho senadores a apenas una, la exministra de Salud Pública y Bienestar Social en 2008, Esperanza Martínez. En la Cámara de Diputados apenas ocupará una banca otra mujer: Johanna Ortega. Pero el hecho más representativo del pronunciado declive del Frente es que nisiquiera Lugo pudo revalidar su mandato como senador. Hoy se recupera de un ACV que sufrió el 10 de agosto pasado y del que fue tratado en Buenos Aires hasta su regreso a este país.
Barajar y dar de nuevo
La iquierda que quedó casi huérfana de representación parlamentaria, incluso la Concertación que contuvo a una de sus partes – el Frente Guasú -, tiene por delante la tarea de barajar y dar de nuevo. Este 1° de mayo en que los trabajadores del mundo festejaron su día, algunos gremios marcharon contra lo que suponen será “continuidad” pero también “lucha contra el gobierno”. Gabriel Espínola, dirigente de los docentes, citado por el diario ABC, dijo: Esperamos años difíciles”.
Desde la reforma constitucional de 1992, cada presidente elegido sabe que cuando termina su mandato debe irse a su casa para nunca más volver. No hay reelección ni aún por períodos alternados. No pasa lo mismo con los senadores y diputados. Cuando estaba al frente del Ejecutivo, Cartes intentó que prosperara una enmienda constitucional para continuar por diez años. Pero fracasó, el Senado que la aprobó fue incendiado por manifestantes y el militante del Partido Liberal Radical Auténtico, Rodrigo Quintana, fue asesinado por la policía de nueve balazos en un local partidario. Una situación que ni aún en la cumbre de su poder, el hombre clave del Paraguay Colorado, se permitiría para quedar lejos del alcance de EE.UU. No le haría falta. O lo que es igual, le alcanza con controlar al partido que preside aún con sus divisiones internas.
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