Se usa tanto la palabra «cambio» que para muchos no significa nada.

Este término se fue vaciando de contenido a medida que fue utilizado como eslogan recurrente en cada disputa electoral. Unos y otros lo evocan con la finalidad de seducir a un electorado descontento. Sin embargo, luego, cuando llega la hora de la verdad, la de gobernar, el cambio se deshincha. Y todo se queda en un cambio lampedusiano, es decir, nada cambia.

Para que exista una regla, siempre es necesaria una excepción. Y a ésta la protagonizan Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia

Durante todos los meses de campaña electoral prometieron que su propuesta era la del cambio y, ahora, tras haber ganado las elecciones con el apoyo de una gran mayoría, están queriendo gobernar para cambiar.

Y lo están haciendo.

Los únicos sorprendidos son aquellos que no lo votaron.

En su primer semestre en la Presidencia, acompañado de Francia Márquez como vicepresidenta, ha acometido cambios en ejes programáticos muy importantes: a) cambios en la política exterior como, por ejemplo, la inauguración de una nueva relación con su vecina Venezuela, b) cambios en la política tributaria, con la eliminación de los privilegios (exenciones multimillonarias) para los más ricos del país, c) cambios para fortalecer el sistema público de Salud y terminar con los abusos en la intermediación de los privados, d) cambios en el proceso de Paz, e) cambios para que los jóvenes detenidos por las protestas sociales del 2021 ya no estén en la cárcel, f) cambios en el sistema de pensiones para hacerlo más justo y sin exclusiones, g) y ya están anunciados los cambios para la legislación laboral, con el objetivo de ampliar derechos y terminar con las injusticias del paradigma neoliberal. Y, seguramente, vendrán más y más cambios, porque el mismo Petro ha declarado que “el cambio no puede ser de maquillaje” y  Márquez ha planteado que “a este país lo cambiamos porque lo cambiamos”.

Después de este tiempo de gobierno poniendo en marcha todos estos cambios, la valoración del Petro es muy alta. Según los datos de la última encuesta CELAG (2.158 casos, en todo el país) realizada en el mes de febrero, la mitad de la población aprueba su gestión y tiene una imagen positiva del presidente. Es el segundo mandatario mejor valorado de América Latina, detrás de López Obrador (México).

Francia Márquez también goza de una muy buena valoración positiva (48%).

Al observar específicamente qué opina la ciudadanía en relación a cada uno de los ejes del cambio, existe una mayoría significativa que los apoya (oscila entre el 40 % y el 60 % según cada asunto).

De hecho, al preguntar a la ciudadanía si Colombia está cambiando o sigue igual que siempre, también existe una mayoría (50,3 %) que se decanta por la primera opción.

Esto no significa que todo esté bien. Pero tampoco que todo está mal, como suele anunciarse en grandes titulares por algunos medios de comunicación.

En este sentido, un dato habla por sí solo: el 74 % de los colombianos y colombianas creen que los medios de comunicación informan mal y manipulan la realidad según su conveniencia.

En conclusión: en Colombia, a pesar de las dificultades, su nuevo presidente está resignificando la palabra cambio, primando por encima de todo sus convicciones y la lealtad con el mismo pueblo que lo respaldó electoralmente para que hiciera lo posible para dejar atrás un país lleno de injusticias.   

Alfredo Serrano Mancilla es director Celag, Doctor en Economía.