Desde Río de Janeiro
El domingo 8 de enero nos encontró con la espantosa imagen de una turba de miles de personas subiendo impunemente al edificio del Congreso. Pronto supimos que estaban invadiendo el propio Congreso, el Palacio del Planalto y el Supremo Tribunal Federal, como si nada pudiera detenerlos.
Eran escenas inimaginables. Tomaron Brasilia por asalto, comenzando por la sede de los tres poderes de la república. ¿Dónde está el gobierno?, nos preguntamos. ¿Fue un levantamiento de la derecha, que no encontró obstáculos para atacar los centros de poder del país?. Y Lula, ¿estaría en Araraquara, adonde fue para ver los daños de las lluvias? ¿Cuándo hablaría?
Fueron escenas que demostraron, al menos, la fragilidad de las estrategias y mecanismos de defensa del gobierno, el Congreso y el Poder Judicial. Todo parecía derretirse en el aire.
Ahora dicen que fue una hora y media cuando se habría producido ese momento. Se sintió como una eternidad.
Supimos que los terroristas estaban pidiendo la intervención de los militares para tomar el poder. Alegarían el caos y la incapacidad del gobierno para mantener el orden, para intervenir. También supimos de la connivencia de sectores militares y policiales, de la ausencia de instancias de defensa del Palacio del Planalto. Todo se habría desmoronado si los militares se hubieran puesto al frente de esa turba.
Todo lo que encontraron frente a ellos fue destruido, desde los cristales de las ventanas hasta las obras de arte. Todo lo que parecía ser sólido se derritió en el aire.
De repente, esta acción terrorista comenzó a revertirse. Lula habló, todavía desde Araraquara. Empezó a haber una cierta reacción de la policía, se empezaron a vaciar los espacios, como si el intento de golpe hubiera fracasado.
Al final del día, aparentemente se restableció el orden. Del susto del comienzo del día, llegó el alivio.
Pero nunca pudimos entender completamente cómo sucedió todo. ¿Cómo fallaron totalmente los mecanismos de defensa? ¿Cómo el Gabinete de Seguridad Institucional,, dirigido por un militar de confianza, que se había ocupado de la seguridad de Lula en otros gobiernos, actuó a contrapelo, renunció al refuerzo de guardias en el Planalto ante la invasión de los golpistas? Estábamos confundidos de hasta qué punto fueron los errores o la complacencia los que facilitaron la acción de los terroristas.
Lula salió fortalecido y los bolsonaristas debilitados. Pero hay muchas preocupaciones.
¿En qué medida los militares continúan siendo un foco de subversión, de partidarios de la Doctrina de Seguridad Nacional, según la cual serían las garantías contra los riesgos de que el país se convierta en una nueva Venezuela o Nicaragua o Cuba?
Las palabras de Lula en conversación con los periodistas muestran la gravedad de la situación, al punto que se reserva el derecho, después del pico de la crisis, de ver las grabaciones en detalle, para evaluar la gravedad precisa de las fallas en los mecanismos e instancias de defensa de las tres principales sedes de la república.
“Hubo mucha gente connivente. Había mucha gente dentro de las FFAA y de las policías en connivencia. Estoy convencido de que la puerta del Palacio del Planalto se abrió para que la gente entrara. Porque no hay ninguna puerta rota en la entrada. O significa que alguien facilitó su entrada aquí». (Lula)
Declaraciones extremadamente graves. Lo que sucedió, en el Palacio del Planalto, y permitió que se produjera la invasión vandálica a la sede del gobierno federal. Todas las descripciones no nos permiten comprender cómo fue esto posible. Cómo responsables de la seguridad del Presidente de la República, no sólo abrieron las puertas de Palacio, sino que directamente pusieron en riesgo la vida del Presidente.
Fue un riesgo tal que cuesta entender cómo fue posible, cómo no tuvo consecuencias aún peores. ¿Cómo podemos actuar para evitar que situaciones como esta vuelvan a ocurrir?
El operativo del domingo 8 fue un fallido intento de golpe de Estado. Provocó susto, luego alivio, pero dejó como un problema la cuestión de la seguridad en Brasilia, que se agravó cuando se perdió la confianza en los cuerpos que debían cuidarla. Y eso, de solución, pasó a ser problema.
Lula sale más fuerte y Bolsonaro mucho más debilitado, en los Estados Unidos, con miedo de retornar, porque su exministro de Justicia, cuando retorno, fue preso. Lula tiene que transformar su fuerza política en capacidad de colocar las FFAA, como él declara, fuera de la política, en sus responsabilidades de seguridad nacional. Se propone conseguirlo para que acontecimientos como los de aquel domingo no vuelvan a ocurrir.