Desde Quito
En los últimos días, con el pecho inflado por su desempeño en las primarias, el ultraderechista Javier Milei sacó a relucir uno de sus principales caballitos de batalla: el de dolarizar la economía argentina. Un eslogan vacío de significado que permeó en un electorado atraído por los cantos de sirena. En América latina hay solo tres países dolarizados: El Salvador y Panamá y Ecuador, siendo este último el ejemplo elegido por Milei. Pero una nación golpeada por una pobreza del 27 por ciento, con un cuarto de la población en el trabajo informal o desempleada y una ola de inseguridad sin precedentes no parece el mejor modelo a seguir.
«La dolarización significó un enorme sacrificio, sobre todo para el pueblo trabajador. Los depósitos se pulverizaron y tranquilamente eso podría suceder en Argentina», alerta desde Quito Diego Borja, economista y exministro de Economía ecuatoriano. Andrés Chiriboga, investigador del CELAG, le da la razón al asegurar que la dolarización en sí misma no es garantía de estabilidad sino «un elemento que genera una fuerte restricción a la herramienta de política económica más importante que tiene un país, que es la generación y control de moneda impresa y contable«.
La calle también da sus impresiones. En el mercadito artesanal La Mariscal, José atiende a un turista que se está probando sombreros de paja. José migró de la provincia de Chimborazo a la capital de Ecuador para ganarse la vida vendiendo artesanías. No pudo vender el sombrero pero poco le importa. Cree que su economía personal está mejor que hace 23 años, cuando en el país la moneda oficial era el sucre y no se había iniciado el experimento de la dolarización.
«El sucre estaba siempre en sube y baja. La dolarización le dio estabilidad al país. Antes era esperar siempre a ver qué pasaba, o ver cuánto se devaluaba, pero ahora estamos más tranquilos», razona José con una calma envidiable. Al lado su mujer Elizabeth asiente. De un 96 por ciento en el año 2000, según fuentes del Banco Mundial, la inflación rondaría este año el 3,5 por ciento en Ecuador, de acuerdo a un informe internacional de la ONU.
En cualquier supermercado se consigue un kilo de arroz por un dólar, dos kilos por dos dólares o una botella de litro y medio de refresco sabor a fresa a poco más de un dólar. Pero esas cifras dicen poco si no se aclara que, para el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, el 27 por ciento de los ecuatorianos vive actualmente en la pobreza, que incluye el 10,8 por ciento en pobreza extrema. Para las autoridades ecuatorianas, una persona es pobre si su ingreso familiar per cápita está por debajo de los 88,72 dólares mensuales. El salario mínimo se ubica en los 450 dólares.
Rehenes de Estados Unidos
Sin moneda ni política económica propias, Ecuador depende de las decisiones de Estados Unidos. «Al momento en que deja de haber dólares en la economía, la dolarizacion empieza a mostrar su cara más fea», explica Chiriboga. En los últimos seis años, los sucesivos gobiernos de Lenín Moreno y Guillermo Lasso demolieron la estrategia del expresidente Rafael Correa, que ante la falta de divisas eligió recurrir al Banco Central para contener los bajos precios del petroleo.
«Los neoliberales no creen en el Estado, creen que hay que achicarlo. Por eso es que han destruido las instituciones en el ámbito de la seguridad, la salud, la educación», explica la exministra de Economía Wilma Salgado desde el pintoresco pueblo quiteño de Nayón. Ultimando los detalles para salir a votar, Salgado le comenta a este diario que «incluso para sacar un pasaporte o renovar una cédula uno tiene que esperar meses porque no hay presupuesto, mientras el gobierno se vanagloria de haber reducido el déficit fiscal en tiempo record. Además de este deterioro generalizado de la infraestructura se ve un aumento generalizado de la inseguridad«.
El año pasado Ecuador alcanzó un récord de 26 homicidios por cada 100 mil habitantes, casi el doble de 2021. Para Borja la dolarización también es «un tremendo atractivo para las economías delincuenciales como el narcotráfico, el tráfico de personas, de órganos, de armas, y eso no se está viendo en los análisis». El exministro de Economía aclara que si entrar a la dolarización fue extremadamente riesgoso, la salida sería aún más peligrosa: «La oligarquía crecería aún mas. Significaría una nueva quiebra de los sectores populares en beneficio de los grandes vendedores de dolares. Sería preferible manejar la dolarización desde una perspectiva heterodoxa».
Todos los analistas consultados coinciden en que una dolarización en Argentina sería un cóctel explosivo. Viniendo de una sequía que redujo considerablemente las exportaciones, y por ende el ingreso de divisas, la única salida sería ajustar planes sociales, jubilaciones o salarios. Borja recuerda que Milei dijo que podía bajar la inflación en cuestión de minutos, pero al final del día terminó diciendo que eso llevaría entre 9 meses y 2 años. «Imagina lo que serían esos 2 años de tiempo que tendrían los grandes grupos económicos para aumentar sus ingresos al dólar frente a la dificultad gigante que tendrían los grupos trabajadores para hacer la indexación», asegura el economista ecuatoriano.
El origen
La dolarización desembarcó en Ecuador hace 23 años. Corrían los primeros días de enero del 2000 cuando el presidente de Ecuador, Jamil Mahuad, decidió dolarizar la economía. El abandono del sucre como moneda de curso legal se dio luego de la peor crisis financiera que haya experimentado el país sudamericano.
Durante el gobierno de Abdalá Bucaram (1996-1997) ya se hablaba de una convertibilidad similar a la Argentina. De hecho el exministro de Economía, Domingo Cavallo, venerado por Milei, se presentaba por aquel entonces en costosas conferencias para explicar el funcionamiento del sistema argentino en Ecuador. En ese momento se hablaba de emprender una convertibilidad a cinco mil sucres por dólar. Años más tarde se terminaría haciendo a 25 mil sucres por dólar.
En marzo de 1999, como antecedente a la dolarización, los ecuatorianos tuvieron un feriado bancario y el sistema financiero dejó de funcionar durante cinco días. En ese lapso el gobierno congeló los depósitos de los ahorros durante un año para evitar el retiro masivo de divisas o una eventual hiperinflación. Pese a que Mahuad impuso la dolarización como salida, la crisis no mejoró de inmediato. Las fuerzas armadas y los indígenas, en una rara alquimia, le opusieron al presidente una feroz resistencia que terminó con su destitución, doce días después de aplicar la medida.
«El gobierno estaba poco preparado, no había un plan claro. Estaba tomando una medida desesperada y con poca preparación», explica Chiriboga, quien agrega que la aparente fortaleza del dólar, que permitió dinamizar del consumo, «dio pie al mismo tiempo a un proceso de desindustrialización y reprimarización, porque se volvió más rentable importar que producir».
Los primeros años después de la dolarización fueron especialmente críticos para Ecuador. «La inflación fue bastante alta (95 por ciento en dólares), la gente no estaba del todo acostumbrada al dólar, había mucho apego al sucre. Los gobiernos de turno aprovecharon para acelerar sus políticas favorables a la apertura del mercado», advierte Chiriboga a este diario.
Zigzagueando por la ruta que conecta el aeropuerto Mariscal Sucre con el centro de Quito, el taxista Juan Obando destaca las bondades de la dolarización. Pero cuando acelera el motor sus ideas se agitan como las ramas de un árbol: «En el fondo este país es siempre lo mismo. Si uno no trabaja hasta tantas horas la plata no se ve. Y hay que sacar un montón de papeles para sacar un crédito». Entre quejas y cumbias colombianas, su auto se pierde en la inmensidad de los cerros de Quito.