El significado de la reciente visita del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a Polonia y la sorpresiva escapada a Kiev son acontecimientos de no poca monta. Como todo acontecimiento de significado global, no se pueden predecir las consecuencias. Solo hay que decir que las habrá.
Se pueden adivinar las intenciones, pero saberlas a ciencia cierta es otra cosa. No me refiero claro está a las intenciones personales o individuales de Joe Biden. Ningún presidente, y menos aún un presidente de EE.UU., en su rol de liderazgo global desde 1945, decide un día que visitará a Polonia y hará una escapada a Kiev, como se decide un viaje de fin de semana con la familia. Se trata de un acontecimiento diseñado por el aparato de Estado. Biden es el actor principal del diseño.
Lo primero que llamó mi atención no fue tanto el acontecimiento mismo, sino las imágenes fotográficas que lo documentan y promueven. Muestran a un Joe Biden sonriente y triunfal, seguro de sí y en control de una situación compleja que involucra, en mayor o menor medida y por distintas razones, al planeta.
Las repercusiones triunfalistas en la prensa europea fueron inmediatas. En EE.UU. es más difícil de percibir porque es un solo país, y por lo tanto cuenta con los medios nacionales, pero no con los medios internacionales como es el caso de los varios Estados nacionales europeos. Sin embargo, los principales periódicos celebraron la audacia del presidente visitando la zona de guerra.
Recordé, en el albor de la algarabía mediática, una frase del académico, politólogo y congresista James William Fullbright que se hizo célebre: «The arrogance of power» (La arrogancia del poder) porque fue el título un libro publicado en 1966, recopilando sus discursos en torno a la guerra de Vietnam y las incursiones de EE. UU. en América Central.
El libro de Fullbright motivó al expresidente dominicano Juan Bosch, electo democráticamente en 1963 y derrocado autoritariamente al poco tiempo, a publicar un corto ensayo que tituló El Pentagonismo (1967). En el libro Bosch argumentó que las relaciones exteriores de EE.UU, después de la Segunda Guerra Mundial, habían pasado del secretario de Estado al Pentágono.
De más está decir que Fullbright no era pro-soviético, sino un congresista demócrata en la Casa de Representantes (House of Representatives). Precediendo la actitud de Biden renovando la arrogancia del poder, fue la visita anterior a Taiwán de la oradora de la Casa de Representantes, Nancy Pelosi. En esa visita Pelosi desplegó similar actitud desafiante, lo cual aceleró las tensiones entre China y EE.UU.
Pero no se trata solo de las visitas, sino de lo dicho y hecho durante las visitas. Todos signos ambiguos que apuntan en diferentes direcciones. La visita de Biden a Kiev disparó flechas en distintas direcciones. Una, a los Estados occidentales de la Unión Europea. ¿Para urgir el apoyo de estos a Kiev? ¿Para rebajar la importancia del núcleo duro de la UE y acentuar su dependencia de EE. UU., visitando Polonia y Ucrania y no Alemania y Francia? ¿Para afirmarse, ahora sí, como candidato presidenciable en las elecciones de 2024?
Pero quizás los blancos más notorios son la vez Rusia y el núcleo duro de la UE. Interesante la movida, puesto que es jaquear al rey y la reina en la misma jugada. Su reunión con los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia) y los países pertenecientes a la ex Unión Soviética (Bulgaria, República Checa, Estonia, Polonia, Hungría, Rumania y Eslovaquia) sugiere que el núcleo duro de la UE pasa a segundo plano: son una pieza del tablero pero no el ajedrecista que las mueve.
Aún más connotaciones brotan de la visita. En su discurso en Polonia, al regresar de Kiev, Biden afirmó sin pelos en la lengua: “Ucrania jamás será una victoria para Rusia. Jamás”. Tal afirmación fue hecha un par de días después de que Vladimir Putin pronunciara su discurso dirigido a la nación y un par de días después de que el máximo diplomático de China y ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, asegurara en Múnich que China prepara un documento para negociar la paz entre las partes contendientes. Que no son, claro está, solo Ucrania y Rusia.
El anuncio de Wang Yi en Múnich fue unos días antes de que su gira en Europa culminara con la visita a Rusia. El documento anunciado seguramente estará enmarcado en uno de alcance más amplio concerniente a la seguridad internacional, que fue ya presentado y discutido en China frente a más de cien representantes diplomáticos de Estados asiáticos y africanos, principalmente. Se trata de «The Global Security Initiative Concept Paper» (Documento conceptual para la iniciativa de la Seguridad Global).
El discurso de Joe Biden no dejó lugar a dudas de que la posición de EE.UU. no es lograr un acuerdo de paz. Por su parte, unas horas antes, Vladimir Putin en su discurso afirmó también sin pelos en la lengua que “Rusia no puede ser derrotada en el campo de batalla”. Observadores de Europa dicen lo mismo, que Putin no tiene intención de lograr un acuerdo, aunque ha dicho varias veces que Rusia está dispuesta al diálogo. ¿Qué es lo que China podrá hacer mediando la confrontación del Atlántico Norte con Rusia, a través de Ucrania?
En su discurso dirigido a la nación, el presidente de Rusia habló durante dos horas sobre el avance de la economía a pesar de las sanciones, que le permitió tejer nuevas alianzas con Asia Central, Asia del Oeste (Oriente Medio) y África. Anunció también que Rusia suspende (no se retira, sino que suspende, insistió) el tratado de no-proliferación nuclear firmado en 2010 por los entonces presidentes ruso, Dmitry Medvedv, y estadounidense, Barack Obama.
Como si todo esto fuera poco, en las horas de la tarde, en el Este asiático se informó que Xi Jinping, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China y presidente de la República Popular China, visitará Moscú pronto. Cuáles son los motivos de la visita no lo sabemos, pero sin duda se relaciona con los acontecimientos en curso y con la posición de China frente a EE.UU. Y principalmente afirma los principios de la política exterior China, opuesta a las confrontaciones bélicas en la búsqueda de soluciones y acuerdos diplomáticos. De ahí el documento referido a la seguridad global.
Al mismo tiempo, la visita de Xi Jinping a Moscú podría estar motivada por las repetidas declaraciones del secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, secundadas por Joe Biden. Blinken aseguró que China está dispuesta a prestar apoyo militar a Rusia. Biden dijo que, si eso ocurre, ¡el acontecimiento tendrá “serias consecuencias!”. Con lo cual uno se pregunta: ¿si EE.UU. y la UE no han dejado de enviar apoyo militar a Kiev, por qué China no tendría derecho a hacer lo mismo con Rusia? Y en verdad, el periodismo y la diplomacia China no han dejado de percibir la arrogancia del poder que asoma otra vez en estas declaraciones orientadas a sostener la verdad única y sin paréntesis para mantener los privilegios del orden global unipolar del Atlántico Norte.
Samarcanda
La Cumbre de Samarcanda no recibió, si recibió alguna, atención en la prensa occidental. Sin embargo, esta Cumbre tiene un peso simbólico y material tan pesado (valga la redundancia) como el viaje de Joe Biden a Varsovia y Kiev. Son dos momentos clave en la pugna entre la continuidad del orden global unilateral y la explosión (ya no transición) que provoca la apertura hacia un orden multilateral. No sé, ni digo, que uno será mejor que el otro. Estoy analizando dónde estamos parados y tratando de anticipar las movidas en el tablero de ajedrez..
¿Qué ocurrió en la Cumbre de Samarcanda (Uzbekistán) en septiembre de 2022? ¿Y qué relevancia puede tener en relación con el conflicto de Ucrania y la movida de Joe Biden? En Samarcanda, China y Rusia afirmaron sus respectivas áreas de operaciones y las relaciones, inquebrantables -como aseguran desde China y Rusia-, entre ambos países. Es fácil de comprender, por un lado, la unión es «inquebrantable» puesto que ambos países padecen de constantes seguidillas de sanciones, son acosados y demonizados por EE.UU. La UE es más circunspecta al respecto. Los negocios con China no son para dejar de lado fácilmente, como ocurrió con Rusia. Por otro lado, Ucrania ofrecería, de ser controlada por la OTAN, una puerta de paso al Asia Central. Ni que hablar de los “recursos naturales” de esta inmensa región del planeta, además de estar flanqueada por China al sur, Rusia al noroeste e Irán al este.
La Cumbre de Samarcanda fue liderada por la Organización y Cooperación de Shanghái (OCS), una organización política, económica, de seguridad internacional e intercambios culturales. Es la asociación regional más extensa del planeta en términos de territorios y población. La movida en el tablero global comenzó hace tiempo (2014) después del fiasco de EE.UU. al intentar lograr un cambio de régimen en Siria, que también ofrece una puerta al Asia Central. No fue posible lograr el cambio de régimen porque Rusia contribuyó sosteniendo al presidente sirio, Bashar al-Asad. El siguiente paso fue Ucrania (2014), donde sí se logró el cambio de régimen, sostenido hasta ese momento por Viktor Yanukóvich, aliado de Rusia. Joe Biden, entonces vicepresidente de EE.UU., tuvo un rol fundamental liderando el apoyo estadounidense a la destitución de Yanukóvich. Mucho se ha hablado y todavía se habla de las repercusiones de tales acontecimientos. Por eso Biden tiene con Ucrania una relación emocional. Los dirigentes políticos tienen emociones, no son máquinas solo guiadas por la razón.
Asia Central es una región clave, como lo fue (y todavía es) Asia del Oeste (el Oriente Medio en otra perspectiva). Cinco Estados de esa región (Kazajistán, Kirguistán, Tajikistan, Turkmenistan y Uzbekistán) son excolonias soviéticas. Aunque naturalmente hay huellas difíciles de borrar entre Estados imperiales y excolonias, los beneficios mutuos pueden sobreponerse a los recelos. Los Estados de Asia Central se encuentran en un ámbito distinto al de las excolonias soviéticas en el este europeo. Los recelos de las excolonias hacia los Estados imperiales son una constante que vale para Europa y EE.UU. La cuestión es la asociación entre excolonias, donde el antiguo Estado imperial sea también un miembro.
Sin embargo, los intereses y beneficios pueden sobreponerse a los recelos. El presidente de Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev, que presidió la reunión de la OCS, destacó la importancia de la unidad del Asia Central. La importancia simbólica y material de Samarcanda no es para pasar por alto: la capital de Uzbekistán fue desde los siglos XIV y XV un gran mercado y puente hacia otros centros en la ruta de la seda.
Y nos encontramos aquí con otro nudo fundamental en los esfuerzos del Atlántico Norte por mantener el orden unilateral y contener el avance de la marcha hacia la multipolaridad. Desde hace un tiempo (junio de 2022), el grupo de los G7 anunció inversiones multimillonarias para contrarrestar el proyecto chino de la Ruta de la Seda. De modo que en hay mucho más de lo que aparece a primera vista en la movida de Joe Biden y en la Cumbre de Samarcanda.
La Cumbre de Samarcanda ocurrió un par de meses después de la Cumbre de los BRICS en Beijing (junio de 2022), donde se anunció la ampliación de los BRICS y la posible inclusión de Arabia Saudita, Egipto y Turquía, lo cual seguramente será aprobado en el encuentro a realizarse en África del Sur en agosto próximo. Mientras tanto, Irán fue incorporado a la OCS. La multipolaridad adquiere espesura.
Lo que está en juego en la movida de Joe Biden y en la Cumbre de Samarcanda es, nada más y nada menos, que la continuidad de orden global unipolar montado a lo largo de los últimos 500 años y liderado por EE. UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y, por otro lado, la explosión de las relaciones interestatales/nacionales hacia el orden multipolar. Lo que está en juego no son sólo cuestiones políticas, económicas y militares, sino todo el ámbito ocupado también durante 500 años por la aceptación de un, y solo un, orden gnoseológico universal. La explosión multipolar tendría como consecuencias la explosión policéntrica del conocer, del sentir, del creer, del vivir y la reducción de la universalidad occidental del conocimiento a su justa y limitada regionalidad.