Un día después toda la prensa, incluida la de izquierda (aunque con otras lecturas), da como ganador al candidato derechista. Sánchez no sólo tenía los buenos datos de la gestión de la coalición de izquierdas, sino su experiencia parlamentaria donde siempre supo mostrar su capacidad dialéctica para los momentos polémicos.
Sin embargo, Feijóo lo atropelló desde el comienzo, se adueñó de la escena y logró que el lugar de Sánchez pareciera el de un aspirante a la defensiva.
En general, la prensa progresista ha señalado de distintos modos que «Feijóo embarró la cancha de entrada con sus mentiras y Sánchez no supo como resolver esta situación». Y esta descripción tiene sin duda su verdad, pero no agota la cuestión.
En el procedimiento de Feijóo se añadió algo más que mentiras. Sin excusar las torpezas de Sánchez, que sí las tuvo, Feijóo jugó una carta típica de la ultraderecha contemporánea. Más que decir mentiras Feijóo de entrada generó una realidad paralela, una ficción, que prosiguiendo las reglas del espectáculo televisivo, no podía ser desmontada por la crítica lógica y argumentada. Más que mentiras, Feijóo hablaba de un modo contundente y asertivo de un mundo que no existía.
Las argumentaciones de Sánchez sobre los distintos avances de Vox en las comunidades autónomas, las censuras, prohibiciones y declaraciones xenófobas de los funcionarios de la ultraderecha, no hacían mella en Feijóo, que ya había logrado con un tono imperativo moverse en otra realidad paralela donde la ultraderecha no parecía existir y donde él no era responsable de esta nueva identidad entre el PP y Vox.
Lo que muestra el debate español es que ganó Feijóo, no porque solo mentía sino porque logró que un debate ya no sea un debate. El mínimo acuerdo simbólico que hace posible a estos debates estuvo roto desde el inicio, y por tanto Sánchez transitó de un modo defensivo intentando volver a una realidad que Feijóo había liquidado .
¿Serán posible en estas condiciones, aún los debates políticos?