La ultraderecha es una agenda que se disemina en el territorio de las derechas históricas. De hecho, la primera referente de Vox es Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid por el Partido Popular.
¿Por qué la razonable política salarial, ambiental, feminista de la coalición de izquierda no fue posible de ser traducida en votos a su favor?
Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta aspectos que no se reducen solamente a la cuestión económica. Esto no significa olvidar esta dimensión importantísima.
Sin embargo, el triunfo claramente «ideológico» de la derecha ultraderechista exige prestar la atención a fenómenos que la política clásica no suele tener en cuenta.
En los tiempos actuales de fragilidad y desamparo de los sujetos, e insisto con esto, más allá de lo económico, las derechas saben que incluso los sectores más vulnerables exigen identificaciones fuertes, que se encarguen de ocultar tanto la división en antagonismos que constituye a lo social como la propia fractura inaugural del sujeto en los seres hablantes. Para esta operación la Ultraderecha es la agenda de promoción de un «yo fuerte». Un imaginario que por arcaico que sea, por anacrónico que parezca, prometa una identidad sin fisuras.
Por esta razón a la derecha ultraderechista le costó muy poco ganar holgadamente esta elección; apeló a los viejos fantasmas y se propuso como solución de todos los traumas históricos. Sánchez era un terrorista que había pactado con ETA, la coalición de izquierda era un camino recto a la destrucción de España, los ocupas tomarían los departamentos abandonados, los delincuentes saldrían de paseo, etc. Todos asuntos imposibles de discutir porque pertenecen a un mundo imaginario. La izquierda ilustrada pensaba que habiendo hecho las cosas de la gestión de un modo correcto en una época especialmente convulsa los ciudadanos no iban a dar crédito a esos espejismos monstruosos.
Pero los discursos performativos se imponen separados de toda realidad, la recepción de los mismos puede ser cínica o decididamente crédula, en definitiva poco importa esta cuestión. Lo importante es la eficaz maniobra de unificación en la construcción de un «yo fuerte» que poseen estas invocaciones. Bastaba mostrar y no demostrar que con la coalición de izquierda volverían todos los episodios traumáticos que solo estas derechas pueden frenar. Uno de los afiches más viralizados en campaña presentaba unas manos ensangrentadas con las letras PsoEta.
¿De verdad se pudo llegar a creer esto, cuando el PSOE tuvo muchas víctimas que cayeron a manos de la ETA?
¡De verdad se pudo llegar a pensar que el actual Presidente de la Unión Europea iba a llevar a España a su destrucción?
Atrás quedó el tiempo de aquellas ultraderechas xenófobas y racistas que lo eran con los inmigrantes. Ahora la xenofobia incluye a toda la izquierda cuando gobierna.
Cuando es así, la izquierda es un intruso que impide la armonía y la unidad del yo, es una voluntad maligna que impide la libre asunción de una identidad compacta. Discutir este imaginario desatado es tan difícil como intentar tranquilizar a los niños de sus fantasmas persecutorios.
Por todo esto es que los inmigrantes, trabajadores y vulnerables de todo tipo cuando votan a la ultraderecha no lo hacen contra sus intereses.
Son otros intereses, más opacos que los intereses vitales y económicos.
Se trata de gozar de una identidad como en los estadios de fútbol, más allá de toda dimensión histórica o problemática, y poder disfrutar tranquilos con la difamación y los insultos proferidos por un Yo que se pavonea con su espejismo hasta que lo real lo despierte.