El presidente Xi Jinping coronó este viernes un largo proceso burocrático y de reacomodamientos a nivel de placas tectónicas del poder chino, logrando un dominio político total en el país: la Asamblea Nacional Popular lo designó para un tercer mandato de cinco años -2023-2028- inédito entre sus predecesores desde la muerte de Deng Xiaoping, sucesor de Mao.
Los 2.952 diputados de la Asamblea aprobaron la continuidad de Xi como jefe de Estado de forma unánime, sin siquiera una abstención. En el pleno, celebrado en el Gran Salón del Pueblo frente a la plaza de Tiananmen, se refrendaron además los nombramientos de Han Zheng como vicepresidente y Zhao Leji como presidente del Comité Permanente de la Asamblea Nacional del Pueblo, ambos muy cercanos a Xi, quien en octubre pasado había sido ratificado como secretario general del Partido Comunista en el XX Congreso de esa formación.
Xi controla también la Comisión Militar Central (CMC) -jefe de las Fuerzas Armadas con dos millones de soldados- garantizándose un control incuestionable sobre los tres brazos del poder: Estado, Partido y Ejército.
Un camino tallado con paciencia china
El paso previo a todo esto había sido eliminar de la Constitución la limitación a dos mandatos consecutivos. El PCCh apostó por Xi como una figura que instalara un liderazgo fuerte -cumplía el requisito de ser hijo de un revolucionario- y así llegó en 2012 la secretaría general del PCCh. Y al año siguiente, a la presidencia del país.
Una vez en la cima del poder, Xi -69 años- fue corriendo de sus puestos a cualquier potencial competidor o funcionario que no fuese de su confianza estrecha y ocupando sus lugares con gente propia, hasta convertirse en el dirigente chino más poderoso desde Mao Zedong.
Deng Xiapong había introducido reformas constitucionales en 1982 para buscar una estructura de poder colegiada y con límite en dos mandados, para evitar los excesos personalistas de la era Mao. Esto fue desmontado y Xi parece estar entrando en una etapa de cierto culto a la personalidad.
Pero Xi Jinping está lejos de ser un burócrata anquilosado. Es muy activo, tanto en el ámbito interno como exterior, dentro de la línea de los últimos tres presidentes chinos, como señala el sinólogo Federico Muller: “Yang Zheming, Hu Xintao y Xi Jinping han sido o son ingenieros, tecnócratas constructores en la línea histórica de los emperadores confucianos, una de cuyas misiones era gestionar catástrofes naturales y reconstruir”. China aun sufre los efectos de la pandemia.
Una consigna central de Xi Jingping es el “rejuvenecimiento de China”, una política centrada en un hipercapitalismo de Estado con características chinas -muy neokeynesiano con un mercado interno poderoso pero orientado a la exportación– que busca rankear al país muy alto entre las potencias mundiales, lugar que ocupó hasta comienzos del siglo XIX cuando llegaron las invasiones extranjeras y el desmembramiento del país hundió su economía y la dignidad nacional.
China vs. EE.UU.
La creciente rivalidad con EE.UU., el potencial conflicto con Taiwán y reactivar la economía maltrecha por la burbuja inmobiliaria y los tres años de aislamiento por el Covid, serán los desafíos para Xi en el próximo quinquenio.
El eje central de su política interna pensada en términos de «eficracia» será retomar el crecimiento, que el año pasado fue de 3 por ciento -muy bajo para los parámetros chinos- cuanto el objetivo era 5,5, cifra que esperan alcanzar este año.
Xi se rodeó en el XX Congreso de un nuevo equipo de confianza, quienes tendrán que rendir cuentas para lograr metas como la «prosperidad común», la «autosuficiencia tecnológica» y el «rejuvenecimiento». El propio Xi ha advertido que China navegará un «mar tormentoso» en los próximos años, lo que augura llamados a la máxima obediencia y la unidad.
Pero su mayor desafío exterior –luego de inéditas protestas que obligaron a cambiar la política Covid-cero- será lidiar con la creciente tensión entre Washington y Beijing: «China quiere convencer al mundo de que su modelo de desarrollo funciona y puede superar a EE.UU», comentó el profesor Xie Maosong de la Universidad de Tsinghua: «pero para llegar a esa meta, Xi debe reactivar la economía y cumplir los objetivos de autosuficiencia tecnológica en un entorno externo hostil y desfavorable».
Un partido high-tech
Si algo tiene claro la dirigencia china, es que si su objetivo es superar a EE.UU. deberá hacerlo en su propio terreno: en el de la tecnología. Por eso el eje de los tecnócratas en el poder es empujar desde el Estado a las grandes corporaciones tecnológicas que ya están disputándole el cetro a las de Silicon Valley. El think tank Instituto Australiano de Política Estratégica publicó la semana pasada su nuevo informe «Seguimiento de tecnología crítica», concluyendo que hoy China lidera la investigación mundial en 37 de las 44 tecnología críticas: «Nuestra investigación revela que China ha construido las bases para posicionarse como la superpotencia líder a nivel mundial en ciencia y tecnología, estableciendo a veces un impresionante liderazgo en investigaciones de alto impacto en la mayoría de las tecnologías emergentes dominantes». De consolidarse este proceso, el slogan propagandístico del «rejuvenecimiento nacional», pasaría a convertirte en un dato fáctico de la realidad y una comprobación de la eficracia china.