«No voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos», expresó hace 50 años el presidente chileno, Salvador Allende, en su último discurso antes de morir durante el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
La cuestión ideológica
Para entender cómo la llamada «vía chilena al socialismo» llegó a su fin, primero hay que hacer hincapié en el contexto geopolítico en el que estaba inmerso. Allende ganó las elecciones presidenciales el 4 de septiembre de 1970 por el 36,3% de los votos, frente a la derecha que obtuvo un 35,2% y el centro un 28%. Este triunfo se dio en el marco de la Guerra Fría, que entre 1945 y 1991 mantuvo al mundo dividido en dos: el bloque comunista, comandado por la Unión Soviética, y el bloque capitalista, encabezado por Estados Unidos y los países de Europa Occidental.
En diálogo con PáginaI12, el abogado y docente de geopolítica, Sebastián Argañaraz, explicó que los años 60 fueron una década «hiperideologizada», que implicó una renovación de las izquierdas en el mundo, a partir de sucesos destacados como la Revolución Cubana de 1959, la Guerra de Vietnam, la lucha por la igualdad y contra la xenofobia encabezada por Martin Luther King y el «Mayo Francés», entre otros.
En el caso latinoamericano, hubo una reacción conservadora y militar en contra de las izquierdas en los años 70. Según Argañaraz, se trató de una década «desideologizante» porque la derecha, liderada por Estados Unidos, facilitó por medio del «Plan Cóndor» la instalación de gobiernos dictatoriales en la región, incluido el caso de Chile con el golpe realizado por Augusto Pinochet en 1973. «Estados Unidos no iba a aceptar de ninguna manera otro gobierno socialista en América Latina, o como los norteamericanos lo llaman ‘su patio trasero’, y mucho menos que haya llegado al poder por medio de los votos, a diferencia de la toma del poder por la fuerza en el caso cubano», indicó el abogado y docente.
En contra de las reglas del mercado
Una vez elegido y ratificado por el Congreso como el nuevo presidente de Chile, Allende comenzó a implementar un programa de reformas. Se produjo la nacionalización del cobre, en el que el Estado pasó a controlar de manera exclusiva los yacimientos cupríferos del país, estatizando aquellos que se encontraban en manos de capitalistas privados.
También se profundizó un proceso de reforma agraria, principalmente en el sur del país, que había comenzado en los años 60. El licenciado en Economía y docente de la Universidad de Buenos Aires, José Castillo, señaló que la medida consistió en un reparto de tierras en pequeñas parcelas, con el objetivo de liquidar la propiedad terrateniente, al tiempo que se promovieron las cooperativas agrícolas. Sin embargo, algunas de estas medidas fueron revertidas durante los primeros años del gobierno de Pinochet.
El economista precisó que la experiencia de la Unidad Popular en Chile fue el ejemplo más radicalizado de economía mixta, en el que trataron de convivir el sector capitalista y el sector socialista. «Fue un gobierno que tomó muchas medidas de aumento de ingresos, de justicia social, educación, salud. Eso chocaba con las reglas del mercado», afirmó Castillo, para dar cuenta del consecuente boicot que aplicó el sector privado durante los casi tres años de gestión del presidente socialista. Por ejemplo, para hacer frente al crecimiento descontrolado de la inflación, el gobierno estableció un sistema de control de precios, pero los empresarios respondieron directamente con desabastecimiento.
El “talón de Aquiles”
El caso chileno se diferenció de otras experiencias socialistas del siglo XX, en tanto hubo un fuerte respeto al pluralismo y la libertad de expresión en la búsqueda de una sociedad más justa. El doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, Mariano Zarowsky, indicó que esto implicaba dar voz incluso a la oposición y a la disidencia política: «En los años 70, Chile contaba con una industria cultural medianamente desarrollada, que estuvo influenciada por la cultura norteamericana. Esto planteaba un desafío en cuanto a cómo transformar esa industria cultural sin eliminarla por completo», subrayó el académico que investigó sobre la comunicación y la cultura de ese periodo.
Zarowsky señaló que esto fue el “talón de Aquiles” de la gestión, porque Chile se convirtió en un «laboratorio” para las derechas, quienes utilizaron los medios de comunicación para movilizar a la opinión pública y construir consensos en contra del gobierno socialista. “Ahí hubo una discusión: sabiendo que te quieren derrocar, ¿qué lugar darle a la oposición? Allende era muy serio en la cuestión de no cercenar la pluralidad», explicó. «Surgieron experiencias como un canal de televisión tomado por sus trabajadores para ponerlo en función de la lucha política, pero Allende se lo devolvió a sus dueños para no confrontar demasiado”, añadió.
El legado de Allende
Para Zarowsky, el legado del gobierno de Allende consiste en la vigencia de la pregunta sobre cómo vincular el socialismo y la democracia en una sociedad más justa e igualitaria, en términos de organización y distribución de bienes. «El proceso chileno es interesante para estudiar cómo actúan las clases dominantes cuando son amenazadas y cómo usan sus estrategias para derrocar a un gobierno popular», destacó.
Argañaraz sostuvo que el expresidente «fue un ejemplo vívido de lucha por las convicciones, de pelea hasta el final» y consideró que ese legado es muy importante, aunque siente que en los últimos 50 años en Chile «no hubo un representante que haya tenido el volumen político para intentar siquiera la mitad de lo que se propuso Allende». Y agregó: «Estas izquierdas que están actualmente con Gabriel Boric, o históricamente en los años 2000 con Michelle Bachelet o Ricardo Lagos, son tenues intentos de izquierdas. De ninguna manera vamos a poder analizarlas comparativamente al espejo o a los ojos de lo que significó el gobierno de Allende en Chile».
Según Castillo, el legado se halla en dos dimensiones. Primero, la imposibilidad de realizar «caminos intermedios»: «Si uno inicia un movimiento de enfrentamiento al imperialismo, de cuestionamiento de las bases capitalistas: o avanzas o te aplastan», remarcó. Segundo, el modelo económico pinochetista se mantuvo después de la vuelta a la democracia en Chile, lo que lo transformó en el país «más desigual y más violentamente capitalista en toda Latinoamérica».
Sin embargo, el economista indicó que hace pocos años se produjo la caída objetiva de ese régimen, porque «el famoso y exitoso país capitalista le mostró al mundo, con la rebelión de 2019, que las injusticias existían y que era necesario otro modelo». Y aseguró: «Volvió a pensarse el sueño que significó el gobierno de la Unidad Popular en los años 70, por supuesto, haciendo beneficio de inventario, o sea, sabiendo que eso tiene que repetirse, pero no quedándose a mitad de camino como lamentablemente sucedió en 1973».
Informe: Axel Schwarzfeld