Desde Londres
Entre la pompa y la indiferencia, con multitud en las calles y cancelación de eventos celebratorios “por falta de interés público”, Carlos III logró el sueño de todo sucesor: la Coronación. A la sombra del largo reinado de 70 años de su madre, Isabel II, consiguió sobrevivir a los pedidos de que abdicara en favor de su hijo Guillermo y a las acerbas críticas que despertó su matrimonio con la ahora reina Camila Parker-Bowles, bruja del cuento de hadas que rodeó a su anterior esposa, la todavía extremadamente popular, Lady Di. Pero claro, el tiempo y los escándalos no pasan en vano. La monarquía que hoy representa Carlos III está a una distancia sideral de la que coronó a su madre en 1953.
Coronación y puesta en escena
En la superficie las dos coronaciones tienen muchas similitudes. La pomposa fiesta de disfraces, el revuelo mediático global, la chismografía, la aglomeración popular para seguir el recorrido de la carroza real desde el Palacio de Buckingham hasta la histórica Abadía de Westminster parecen un calco en color del blanco y negro que coronó a Isabel II en los años de la posguerra. La presencia de jefes de estado, presidentes, primer ministros, parentela real, aristocrática, política y celebridades varió los rostros, pero no su función en la puesta en escena.
El escenario y el tono solemne de los presentadores televisivos añadieron siglos al evento. Hay datos que asombran. Hace más de 900 años que la Abadía de Westminster es escenario de ceremonias reales que apenas han cambiado su protocolo: 39 coronaciones, 16 bodas monárquicas, también el multitudinario funeral de Lady Di en 1997. Con la voz grave, sosegada y discreta de estos eventos la BBC recordó que en la Abadía descansan los restos mortales de unos 30 reyes y reinas junto a figuras icónicas de la historia británica, desde Isaac Newton al padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin, y Stephen Hawkings.
El suspenso montado por revistas y diarios en la previa de la coronación sobre quién estaría y quién brillaría por su ausencia fue analizado con trivial y minucioso detalle por las cámaras. No hubo grandes sorpresas en la alineación final. El príncipe Andrés estaba escondidito en tercera fila para que no resaltara demasiado su reciente acuerdo extrajudicial para evitar un juicio por pedofilia. En la misma fila de los exiliados del reino estaba el hijo menor de Carlos III, Enrique, quien dio un paso a un costado de la monarquía, pero no así su esposa, la actriz estadounidense, Meghan Markle.
El presidente francés Emmanuel Macron, a pesar de estar muy ocupado con las protestas callejeras de su país, se hizo tiempo para asistir. En cambio, el de Estados Unidos, Joe Biden, mandó a su esposa. Hubo unos dos mil invitados a la ceremonia en la Abadía de Westminster, una lista demasiado larga tanto para la paciencia de este corresponsal como para el lector que lo haya acompañado hasta este punto.
Las dos sociedades
En 1953 el Reino Unido era una sociedad recién salida de la segunda guerra mundial que se reconstruía con cartillas de racionamiento y, mareada por el fin del sueño imperial, se aferraba a la corona como a un sueño resbaloso de grandeza que estaba escapándosele para siempre.
Mucho ha cambiado en estos 70 años, desde la revolución tecnológica hasta las costumbres, la movilidad social y la diversidad étnica. La monarquía sigue teniendo un aura reverencial para sectores cada vez más minoritarios de la sociedad y el respaldo de la “sociedad del espectáculo” que se vio en la proliferación de regalos, tazas, copas, monedas o la ansiedad por participar en un hecho “histórico” que no cambiará la vida de nadie, pero que estará en todos los medios. Entre la monarquía y el conjunto de la sociedad ha aparecido una grieta visible y quizás irreparable.
Una de las encuestas más exhaustivas, la del NatCen, basada en décadas de estudio de la “British Social Atittudes Suvey”, muestra que es cada vez más pronunciado el declive del apoyo popular. Un 45% de los británicos indicó que la monarquía debe ser abolida o no es “importante». Hace solo un año el porcentaje era del 35%. En la década del 50 era inimaginable plantear el tema. Hoy entre los menores de 25 años, según otra encuesta, el porcentaje que quiere abolir la monarquía asciende a 45%.
El cambio es mucho más pronunciado en Escocia. En 1953 estaba dominada por el partido Conservador y los nacionalistas eran una minoría insignificante. Hoy el independentista Scottish National Party está en el gobierno y su nuevo líder, Humza Yousaf, se define como republicano y a favor de la abolición de la monarquía.
La coronación ha puesto sobre el tapete todos estos cambios. La falta de interés o el rechazo llevó a que se cancelaran celebraciones populares del evento organizadas en distintas partes de Inglaterra “por falta de apoyo popular”. La ciudad de Nottingham, en el centro de Inglaterra, es un ejemplo patente. En las últimas décadas la ciudad recibió a la Reina Isabel en 10 ocasiones, al ahora Rey Carlos dos veces, a la princesa Ana y al príncipe Guillermo, pero ni así: un 41% manifestó abierto desinterés por el evento.
Un ingeniero de Nottingham de 78 años, William Catherall, todavía recuerda la coronación de Isabel II. “Yo tenía cinco años y éramos como 20 alrededor de la tele. Había mucho interés, mucho fervor. Esta coronación, en cambio, no me interesa en lo más mínimo. Me criaron en el respeto a la familia real, pero con todos los escándalos que ha habido, ese respeto se perdió para siempre”, le señaló al The Guardian en la previa al evento.
Conservadores y pro-monárquicos
Para los monárquicos, la coronación ha sido un grito de batalla. Uno de los tabloides más conservadores y retrógrados, el Daily Mail, sacó en su tapa del miércoles una sondeo que reivindicaba un “apoyo total a la monarquía”. La última frase del titular revelaba algunos temblores y matices: “hay poco entusiasmo por una república, pero SE NECESITA reforma” (“reform IS needed”).
En las páginas interiores, el sondeo mostraba un extraño empate: un 39% favorables a la institución (un 7% firmes monarquistas, un 32 % tradicionalistas) y un 38% republicanos (18% “furiosos abolicionistas” y un 19 % “moderados”). El decisivo 24% restante eran clasificados como “pragmáticos neutrales” que, en el Reino Unido, tan tradicional y rutinario, parece representar a los que no les interesa mucho todo el asunto.
Al igual que el resto de la prensa mayoritariamente conservadora, el Daily Mail subrayaba la necesidad de reformas. Según el sondeo, un 73% de los encuestados, que incluía a tres de cada cuatro monarquistas, pensaba que “la monarquía necesita modernizarse para sobrevivir”.
¿Quo vadis monarquía?
El debate sobre esta modernización viene dando vuelta desde los escándalos de los años 90, pero no hay mucha claridad sobre qué hacer para preservar la “monarquía parlamentaria”. El tema económico aparece siempre. Con la pandemia, la guerra en Ucrania y la disparada inflacionaria, los privilegios de la familia Real son más injustificables que nunca. El arreglo extrajudicial del Príncipe Andrés en febrero del año pasado por las acusaciones de pedofilia fue uno de los punto más bajos de la corona en este siglo.
El semanario The Guardian publicó en entregas desde principios de abril notas sobre “El costo de la monarquía” en las que revelaba aspectos normalmente ocultos por la tradición, la costumbre y los medios como la enorme riqueza de la familia real, su opacidad, sus vínculos históricos con el esclavismo y su financiamiento por parte del estado (equivalente a unos 100 millones de dólares).
Una reducción de los gastos, una mayor transparencia y una regularización de su situación tributaria (por ley la monarquía está exenta de pagar impuestos) podrían formar parte del menú modernizador. En la previa los medios hablaron de recortes en el entorno que atiende a la familia real pagado por el contribuyente. Entre los diarios conservadores se notaba algo que raramente aparece en sus páginas: preocupación por el desempleo que causaría el ajuste.
En el The Independent apuntaron al peso diplomático que podía jugar a nivel global la monarquía en tanto que marca distintiva (“brand”) británica. Según el matutino, el gobierno está buscando aprovechar el éxito de la visita del Rey Carlos III y la Reina a Alemania en marzo, y las visitas programadas a la República de Irlanda y Francia en las próximas semanas, para reparar las relaciones con la Unión Europea después del fiasco que ha sido el Brexit.
Está claro que una vez pasada la efímera fiesta de la coronación no habrá “brand” ni pompa que disfrace la crisis económica y social, el ajuste o las huelgas de maestros, personal de salud y el transporte. Isabel II atravesó varias crisis conservando hasta el final esa aura monárquica que desconcierta, fascina y asombra a los extranjeros. Habrá que ver si 70 años más tarde, con un perfil totalmente distinto, Carlos III logra repetir el mismo pase de magia.