En el silencio sepulcral después días después del temblor en Turquía, los rescatistas argentinos escucharon una moto acercarse y a su conductor pedir ayuda. Los 34 héroes desplegados en Antakya, la ciudad más devastada por el terremoto, se acercaron al lugar señalado y oyeron los gritos que, con dificultad, brotaban debajo de los escombros de un edificio colapsado. Los Cascos Blancos encontraron allí a tres personas con vida a más de 200 horas del desastre.
«La sensación que tenemos en el cuerpo, la verdad no la podemos explicar, porque es realmente un milagro en medio de tanto caos», explica Lourdes Domínguez Melchor, miembro de la misión humanitaria argentina que volverá el próximo martes de Turquía y viajará luego a Siria, el otro territorio golpeado por un terremoto de magnitud 7,8 que se cobró la vida de más de 44 mil personas.
La misión humanitaria argentina está conformada por Cascos Blancos, el voluntariado civil del Estado y la Brigada USAR de la Policía Federal. En principio los efectivos fueron enviados a la ciudad de Adana, quinta en importancia en ese país, pero luego los relocalizaron en Hatay, a 200 kilómetros de allí.
La brigada compuesta por 34 personas y dos perros entrenados en la búsqueda de sobrevivientes trabaja en dos turnos -mañana y noche- mientras realizan el marcaje de las viviendas destruidas para realizar inspección y detectar si aún hay personas con vida. Además del trabajo sobre los escombros, la misión argentina comprende atención sociosanitaria, contención psicosocial postraumática y personal logístico, lo que incluye la provisión de pastillas potabilizadoras de agua, desinfectantes y manejo y capacitación de uso para las y los afectados.
«La agencia, ante desastres o problemas de este estilo, siempre pone a disposición esta ayuda humanitaria y ahora hay que esperar cuáles son las necesidades en el país y qué de estas cosas servirían para aminorar la catástrofe», explica a este diario Mariana Galvani, directora nacional de Planificación y Coordinación de Cascos Blancos.
El rescate del milagro
El miércoles pasado, en plena actividad, el equipo argentino de asistencia humanitaria rescató a una mujer joven, una adolescente y un niño de ocho años entre las ruinas de un edificio de la ciudad de Antakya, en la frontera con Siria. Se trata de la región más afectada por el sismo. En la zona hace mucho frío con temperaturas bajo cero durante las noches.
Muchas calles de esta antigua ciudad, capital de la provincia de Hatay, quedaron inaccesibles y tapadas por escombros de los edificios colapsados. No es el primer sismo que sufre Antakya, fundada en el año 300 antes de Cristo por un general de Alejandro Magno: fue destruida y reconstruida varias veces.
En Antakya se cortaron la electricidad, el gas natural y el agua, y casi todos los edificios se derrumbaron o sufrieron daños. La ciudad quedó aislada del mundo, sin teléfono ni Internet. En ese escenario inhóspito se produjo el milagro de Cascos Blancos.
Según la información brindada por las autoridades de rescate turcas, las tres personas rescatadas eran de origen sirio y fueron derivadas a un centro de atención sanitaria en buen estado de salud. En las imágenes que difundió Cancillería se puede ver a Akira, el border collie de la Policía Federal, hurgando entre los escombros del edificio donde se produjo el rescate.
La coordinadora de la logística sanitaria en emergencias de Cascos Blancos, Verónica Ayala, advierte que el rescate de esas tres personas fue «una inyección de energía y adrenalina» para los brigadistas que viajaron desde la Argentina «porque hasta ese momento sólo se venían encontrando cadáveres». Ayala es una de las siete mujeres que integran la delegación nacional, y se sumó a Cascos Blancos como voluntaria después de escuchar una charla en la Universidad de Lanús, en sus tiempos como estudiante de enfermería.
Cascos Blancos es el organismo de la Cancillería Argentina dedicado al diseño y la ejecución de la asistencia humanitaria, la atención de las emergencias y la gestión integral del riesgo de desastres. Actúa en contextos de catástrofe por pedido de un Estado afectado o en el marco de un llamamiento internacional. La entidad presidida por Sabina Frederic tiene un mecanismo de respuesta rápida con capacidad de conformar en 48 a 72 horas equipos para la asistencia, coordinación, despliegue sobre el terreno y procesamiento de información para cada misión.
La peor catástrofe en más de un siglo
Al menos 44.330 personas perdieron la vida en los fuertes terremotos que afectaron el sudeste de Turquía y el norte de Siria hace trece días, según los balances oficiales. Estos datos son provisionales ya que aún quedan decenas de miles de cuerpos bajo los escombros y distintas estimaciones prevén que el saldo final rondará o superará los cien mil muertos.
El número de heridos se eleva a 122.757 (108 mil en Turquía y 14.757 en Siria). La población se vio sorprendida en la noche del seis de febrero por un terremoto de 7,8 grados de magnitud, al que le siguió horas después otro de 7,7 grados y miles de réplicas, en lo que se considera la peor catástrofe humanitaria que vive la región en más de un siglo.
El terremoto golpeó áreas pobladas, donde muchos estaban dormidos, en casas que no habían sido construidas para resistir vibraciones tan poderosas. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan recibió críticas por la lenta respuesta a la catástrofe y por el hecho de que se permitiera construir edificios de mala calidad. Los funcionarios habían prometido, después de un terremoto en 1999 que se cobró 17 mil vidas en el noroeste de Turquía, que se reforzarían las normas de construcción.
El edificio donde murió el futbolista ghanés Christian Atsu, un bloque de departamentos de lujo de 12 plantas, fue construido en 2013 cuando Turquía tenía normas más estrictas sobre la construcción. Pero, para sorpresa e indignación de muchos, el bloque se desmoronó. La policía turca detuvo al contratista después de que intentara huir del país, informó la agencia de noticias Anadolu.
Los oficiales detuvieron a docenas de contratistas mientras el gobierno promete tomar medidas enérgicas contra las normas de construcción laxas. Más de 84 mil edificios se derrumbaron, necesitan ser demolidos urgentemente o resultaron muy dañados, indicó el ministro turco del Medio Ambiente, Murat Kurum.